viernes, 30 de noviembre de 2007

El sótano romano del British Museum

El British Museum de Londres es uno de esos lugares de visita obligada al menos una vez en la vida. Es significativo que un museo que lleva por nombre británico, sea una de las mayores colecciones de arte y antigüedades fuera de los países de origen de estas, cosas del imperialismo decimonónico, bastante nocivo para el patrimonio cultural de las colonias, pero más que cómodo para el turismo actual (nótese la ironía).

Este museo es un gigante, tanto por su tamaño, como por el número de las piezas de su colección, que incluye a Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma, entre otras.El edificio, en estilo neoclásico de mediados del siglo XVIII, da la bienvenida al visitante amparándose en una sobriedad matemática. El patio del museo se encuentra coronado por una cúpula traslúcida contemporánea, realizada por Norman Foster en 1998, siendo unos de los espacios cubiertos más grandes de Europa. En medio de este patio se encuentra la biblioteca del museo, de planta circular y a la que recomiendo visitar, ya que aunque no es parte de la colección del museo en sí, recuerda, al menos a mí, a uno de esos espacios donde tendrían cabida alguno de los personajes de La Liga de los Caballeros Extraordinarios.

La primera vez que visité este museo fue en Agosto, época en la que Londres hierve de turistas, y este lugar, pese a no ser el Big Ben o Buckingham Palace, suele estar atestado de gente. En el periplo que mantuve por sus salas acabé perdiéndome en un sótano de particular extrañeza, y que da título a esta anotación.

Recuerdo que cuando era pequeño había una tienda cerca de mi casa en la que vendían lámparas y figuras de todo tipo, desde fuentes de aceite hasta jarrones de porcelana. El par de veces que entre en este comercio siendo un niño quedé estupefacto ante lo recargado del ambiente, la gran cantidad de objetos diversos que se agolpaban allí, y que casi creaban pequeños caminos por donde transitar. Esta sala, en uno de los sótanos de este museo, es algo parecido, salvo por la ubicación, no es lo mismo "la peri" que Londres, y por la naturaleza de las piezas expuestas, evidentemente.

En esta sala, llamémosla el sótano de escultura romana, se exponen tal cantidad de objetos y piezas que da la sensación de no estar en un museo, además, como no está en el itinerario oficial no tiene demasiados visitantes, por lo te entran ganas de coger algo para que te lo cobre el bedel de este espacio. Después de estar un par de horas oyendo el murmullo incesante de los turistas, el silencio de este lugar se acrecentaba, quizás por eso, y por lo accesible de las piezas, me llamaron la atención un par de detalles. El primero la humanidad de los bustos, la expresividad tan marcada de cada uno. El segundo, la heterogeneidad de las facciones representadas. Todos los rostros eran diferentes, casi te atrevías a dar un lugar de procedencia del individuo. La mayoría no eran grandes hombres romanos, si no sobre todo cargos medios y comerciantes acaudalados que se podían permitir su paso al mármol, por lo que parece aceptable suponer que podían ser de cualquier provincia del imperio.

Si os pasáis por Londres y decidís incluir el Museo Británico entre vuestros lugares de visita, acordaos de La aurora moderna y buscad el sótano de escultura romana. No son los frisos del Partenón, pero pasaréis un rato interesante, e incluso, puede que como me pasó a mí, descubráis alguna cara que os parezca muy familiar.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Robert Doisneau - Los niños de la plaza Hébert


Robert Doisneau, Les Enfants de la Place Hébert, 1957
Fichero .Kmz de este lugar en París, aquí.

Me imagino el momento en el que Doisneau tomó esta foto. Habría acabado de comer en algún Bistró de la zona, al noroeste de Montmartre, y se encontró a estos tres jóvenes parisinos. La hora es esa en la que la luz de la tarde, de principio de otoño, calienta sólo tibiamente . La actitud de cada uno es impagable.

La niña pequeña, con su honesta curiosidad, mira a cámara como miraría una niña a un desconocido que le apunta con algo que probablemente nunca hubiera visto. Su hermana, una adolescente, adopta una forzada pose que habría tomado de alguna película de la época. Promete ser muy guapa al cabo de unos años. Su novio, el chaval que se apoya con splín en el teléfono de la policía, mira al suelo fingiendo desinterés. Mostraría el mismo falso desinterés delante de sus amigos rockabillys horas después, cuando estos le preguntaran por la chica a la que había ido a ver esa tarde de principios del otoño de 1957.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Blade Runner, final cut


Hace un par de fines de semana tuve la suerte de poder ver en cine el montaje final de la película Blade Runner. Para los que rondamos la treintena existen multitud de grandes películas que sólo hemos podido ver en pantalla pequeña, películas que de una u otra forma han marcado nuestro imaginario colectivo. Este final cut, al menos, sirve para que muchos de nosotros podamos, por fin, ver en pantalla grande las tribulaciones del agente Deckard.

Sobre Blade Runner se ha escrito casi todo por lo que no voy entrar aquí a glosar las cualidades inherentes que tiene esta cinta, en todo caso, si alguien lee esto y por alguna razón nunca ha visto la película lo mejor que puede hacer es no perder un minuto en ponerse a ello. Si no le gusta mejor que se busque un entretenimiento diferente al del cine.

Este montaje final no aporta nada en sí a la historia. Lo más significativo es que elimina algunas escenas finales y poco más. Sin duda es una estrategia para relanzar una película que se rodó en 1982 y que mejoraba enormemente el libro de Philip K. Dick en el que estaba basada: "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?.

La proyección a la que asistí en los cines Kinépolis, complejo gigante situado a las afueras de Madrid, se realizó en formato digital. Básicamente, y tal y como explicaban en un pequeño reportaje antes del comienzo de la película, lo que hacen es volcar el negativo "original" en un disco duro para que no perdiera calidad con el uso. No sé si por este sistema o por el lavado de cara técnico al que han sometido a Blade Runner, la película de Ridley Scott lucía envidiable, aunque supongo que algo tendrá que ver también la gigantesca pantalla, el sonido envolvente y la emoción de quien escribe esto.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Cosas que hacen Bum - Kiko Amat

A finales de Mayo vi que en El Garaje recomendaban el libro que tenéis a la izquierda. Viendo la portada supe inmediatamente que el libro sólo podía decantarse por dos opciones, o ser un desastre o una autentica delicatessen pulp. Afortunadamente se me confirmó la segunda opción.

Cosas que hacen Bum es una novela en la que se mezclan la paranoia inadaptativa de su protagonista, Pánic Orfila, un post-adolescente de periferia, con el dandismo modernista de un grupo de vengadores ácratas. La historia que cuenta le hemos vivido algunos a medias. Cuando eres un extraterrestre en un mundo ridículo te quedan las salidas de la música, la estética y tu grupo de amigos, con los cuales planeas grandes actos que nunca llevarás a cabo. Quizás por eso me gusta tanto esta historia, porque es una venganza escrita contra la adaptación, el costumbrismo de sobremesa, la camisa de fuerza de la hipoteca. Aquí, el protagonista, acaba saltando al vacío por todos nosotros, como hizo Jimmy Cooper con la Vespa del As de Oros, aunque nos quede la duda de si ambos, Panic y Jimmy, saltan al infinito con su scooter o ambos dejan caer solo a su moto.

Este es un libro que debería escucharse con el volumen a tope, y con unos bowling shoes impolutos para bailar en sus páginas. La música tiene una importancia en el relato comparable al de la letra en una canción soul. Panic escucha incansablemente a las Marvelletes, a Martha Reeves & The Vandellas y a Billie Holiday. No las oye, como un oficinista a M80, las escucha, las descifra, las siente. Esta es una historia llena de referentes bien utilizados. No se trata de citar por citar, o de sacar a relucir de vez en cuando a algún grupo, algún libro o alguna película para demostrar una supuesta modernez al gusto de los editores. Se trata de construir un código que sabrán descifrar los lectores que compartan determinadas pasiones con el escritor de esta novela.

El escritor, Kiko Amat, promete. Tiene otro libro editado, El día que me vaya no se lo diré a nadie, ambos en la colección Contraseñas de Anagrama. Cuando acabé de leer Cosas que hacen Bum empecé a buscar quién era este tipo con quien compartía determinadas obsesiones estéticas. Kiko Amat es del 71, de Sant Boi, Barcelona y habla como un demonio speedico de todo aquello que le gusta. Pincha de vez en cuando, edita un fanzine, La Escuela Moderna, donde ayudado por su gang, escribe sobre situacionismo, los Weatherman y Style Council. Además publica en El País y la Vanguardia. Digo que promete porque polariza, o crea adhesiones u odios (busquen por la red), y eso en estos tiempos de tibieza y equidistancia ya dice mucho.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Creaciones distanciadas y paralelas


Probablemente cuando uno ha tomado contacto con algún libro que le ha marcado especialmente está mucho más atento a cualquier mención que se haga de él. La primera vez que leí 1984 tenía 17 años, y tras el cúmulo de emociones y frustraciones que la obra más distópica de Orwell me provocó, sentía la imparable necesidad de que todo el mundo que estaba a mi alrededor lo leyera. Otro de los sentimientos que tuve fue el descrito un par de líneas más arriba, por una extraña circunstancia Orwell y 1984 estaban en boca de todos los que yo consideraba de referencia.

Curiosamente ese mismo año apareció uno de los discos más importantes de los 90, Ok Computer, de Radiohead. Posteriormente he leído cientos de comparaciones entre ambas obras. En aquel momento yo creía ser el único que veía el paralelismo, como iluminado por algún extraño hipertexto cultural que enlazaba las sensaciones y pensamientos que tanto el libro como el disco me producían.

No son nuevas las obras con referente, películas basadas en cuadros, canciones surgidas de poemas. Pero no es exactamente a lo que me refiero aquí. No se trata de un ejercicio de lógica o análisis técnico de una obra para producir otra. Es justo lo contrario, es la construcción en corriente de conciencia de los sentimientos que esa obra despierta. Es como si Orwell le hubiera susurrado a Thom Yorke las sensaciones que tuvo dando voz a Winston Smith, mientras que el lider de Radiohead permanecía dormido.

Estas simetrías se repiten en algunas ocasiones. Se puede argumentar el conocimiento de unos autores sobre otros, el empleo de técnicas creativas similares, el contexto social similar. Por contra también se puede recurrir a la necesidad humana de contar a los demás lo que en ese momento tienes la imperiosa necesidad de expresar. ¿Leyó Luis Martín Santos a John Dos Passos o Henry Miller?. Es posible. En todo caso hay pasajes de Tiempo de Silencio que me rememoran Manhattan Transfer o Trópico de Cáncer.

Desconozco si algún investigador ha realizado algún estudio sobre estas simetrías. Desconozco incluso si algún filólogo consideraría una barbaridad lo escrito más arriba. Lo que no desconozco son las sensaciones vividas dos veces, los deja vu literarios, mis propias huellas en la tierra húmeda. Quizás ahí se encuentre la clave. En las indescifrables y únicas emociones que cada ser humano siente.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

martes, 13 de noviembre de 2007

Fauna y flora en los conciertos

El pasado jueves 8 de Noviembre estuve en el concierto que Interpol dieron en Madrid. Este grupo no me gusta demasiado, no porque les tenga especial animadversión, si no porque su estilo musical no es de mis preferidos. Aparte de mi opinión personal sobre esta banda newyorkina, la actuación fue bastante interesante, desplegaron un gran sonido y repasaron los éxitos de sus tres álbumes.

Existía una expectación considerable para ver a estos admiradores de Joy Division (estos sí que eran tremendos), por lo que mucha gente se quedo sin entrada. Si algún fan desafortunado lee esto, además de odiarme se preguntará obviamente que hace alguien en un concierto de un grupo que no le gusta. Mejor que responder dejo a su efervescente imaginación que maquine alguna fascinante historia.

Ver un concierto por el que no estás interesado te da un perspectiva diferente. Es como un partido de fútbol en el que no vas con ningún equipo. Y la música, como el fútbol, tiene un alto porcentaje de emoción. Esta situación te permite fijarte en los aspectos más técnicos que emocionales, aunque también te da la oportunidad para ver lo que te rodea, el público.

Es curioso que determinados fenómenos se ven repetidos allá donde vayas, y el público de los conciertos cuenta con una serie de arquetipos inmutables. Antes de meterme en faena si hacer un comentario sobre la sala en la que se celebró el concierto: La Riviera. Este antro es probablemente la peor sala de conciertos no de Madrid, si no del universo. Acústica infame, decoración tropical de feria, estructura demente, sí demente, ¿a quién se le ocurrió hacer el suelo más bajo conforme se aleja del escenario?.

Comencemos con el repaso:

- ¿Alguna vez habéis tenido cerca a las niñas gritonas?. Siempre existe un grupo de cuatro o cinco jovencitas speedicas cuyos gritos superan a las toneladas de decibelios de la música. Dan saltitos, se abrazan de la emoción (en todas las canciones, incluso en la primera de los teloneros) y siempre te pisan.

-Otro ejemplo de molestia concertil es el señor Torre, un hombre gigantesco que aparece de no se sabe muy bien donde y se coloca justo delante tuya. No hay nada que hacer ante un muro humano de más de dos metros.

-Otros tipos curiosos son los sempiternos listos, yo llego el último pero me coloco el primero. Se van introduciendo como sanguijuelas en la masa y consiguen colarse por los huecos más inverosímiles.

-Llevad un chubasquero. Siempre hay un lerdo que pasa con un mini o varios vasos de plástico llenos de cerveza haciendo equilibrios. No hace falta que cuente donde va a parar el zumo de cebada.

-La chica desmayo. En todo concierto que se precie siempre alguna muchacha que pierde el sentido. Se produce un revuelo al fondo, y al rato aparece un miembro del equipo de seguridad portando en brazos a la desmayada. Siempre me he preguntado donde las llevan, ¿Existe alguna sala secreta donde las mantienen esclavizadas en fabricando merchandising?

-El individuo narcótico. Siempre la monta, después de haber ingerido litros de alcohol y haberse zampado/esnifado/inyectado cualquier estupefaciente a cascoporro salta y brinca como si estuviera poseído. Los que le rodean le miran con pánico, los más avezados se acercan, solamente su aliento coloca.

-Antes os he pedido que llevéis chubasquero. Llevad también un chaleco salvavidas por si acaso estáis cerca del hombre sudoroso. Es normal sudar en un ambiente cerrado y caluroso (en la Riviera caen gotas del techo por la condensación, no bromeo) pero lo de este señor supera los límites de la normalidad. Mas que un humano parece una medusa, y siempre, prepárense estómagos sensibles, se acerca y te roza, dejándote la sensación de haber tenido un encuentro con una masa de gelatina húmeda y babeante.

- La sacerdotisa mística es una mujer que baila como si se hubiera encontrado con buda y este le hubiera invitado a unos tripis. Hace movimientos con las manos en el aire como si quisiera convocar a alguna deidad de una religión oscura y olvidada. Podría resultar insinuante, pero por alguna extraña razón estas féminas tienen tanto atractivo como una visita al dentista.

¿Tenéis previsto ir a algún concierto en breve? Pues lo siento, porque esto es lo que hay.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Tortuga gigante en Kyoto y Sketch Up

El otro día buscando la localización del Ginkakuji en Google Maps me encontré esta tortuga gigante en medio de la plaza de la estación de Japan Raylways. Parece ser que lleva ahí desde finales del mes pasado, según cuentan en microsiervos WTF!. En el momento de escribir este post Gamera aun sigue obstaculizando el tráfico de Kyoto, al menos en la Tierra virtual de Google. Les dejo aquí el archivo de localización por si queréis verla con vuestros propios ojos.

En todo caso esta simpática tontuna es un poco una excusa para hablar de una utilidad que descubrí hace poco y que creo la mar de útil. Se trata de Sketchup, un programa de modelado en 3D que nos trae la cada vez más omnipresente (y útil) compañía californiana Google.


La relación con la tortuga gigante es que está realizada con este programa, así como los modelados en 3D que los usuarios de Earth van colgando progresivamente a lo largo del globo. El diseño en tres dimensiones con un ordenador se suele asociar con programas profesionales, caros y difíciles de utilizar. Sketch Up es gratuito como todas las aplicaciones que Google realiza (aunque con versión mejorada de pago). Desconozco si es aplicable profesionalmente, de lo que puedo dar cuenta es que es bastante fácil e intuitivo de utilizar, o dicho de otra forma, sin haber tocado nunca uno de estos programas puedes llegar a hacer algo decente en un par de horas. Además del diseño 3D, la aplicación permite el insertar imágenes planas como .jpg u otro tipo de archivos de imagen, y la aplicación de texturas de diferentes materiales sobre el diseño en apenas un click. Otro aspecto interesante es que Sketch Up permite el acceso a una base de datos de modelados que otros usuarios han realizado, el 3dWarehouse. De esta forma se puede conseguir descargar a tu plantilla desde una catedral hasta un Ferrari, incluso hay compañías que publicitan sus muebles de esta forma, como Smart Furniture y sus modelos de Sketch Up.

martes, 6 de noviembre de 2007

El Ginkakuji y el Espacio-Tiempo


La foto está tomada en Abril de este año, y en ella se ve el karesansui o jardín de arena zen del Ginkaku-ji o Templo del Pabellón de plata. Fue construido en Kyoto, Japón, en torno al año 1482 por el Shogún Ashikaga Yoshimasa como lugar de retiro en la montañas que circundan la ciudad. Tras su muerte, en el año 1490, la casa de retiro se transformó en templo zen. Toma su nombre de un hipotético recubrimiento de plata que nunca llegó a producirse. Por oposición al opulento Kinkaku-ji o Templo del Pabellón de Oro, edificado casi cien años antes, el pabellón de plata sería más reducido, pero también infinitamente más armonioso e integrado con el entorno. Los criterios estéticos y filosóficos de este tipo de construcciones provienen de un par de conceptos básicos, el Yugen (simplicidad elegante) y el Yohaku no bi (la belleza del vacío).



Supongo que hay lugares que tienen un atractivo inherente, y aunque la palabra atractivo está bastante manoseada, creo que para este caso nos podría valer. Lo inaudito surge cuando esos lugares se combinan con un momento determinado, como una proposición de espacio y tiempo únicos, y unidos indivisiblemente a un observador.

Yo tuve la suerte de estar en una de esas encrucijadas, en uno de esos nudos en los que las cuerdas se tensan y toman otra dirección, obligándote a seguirlas como una gota de agua deslizándose por una cadena de metal.

Precisamente la meteorología es un factor ineludible en esta ecuación estética y personal. Mis recuerdos, vivencias y percepciones se ven afectados por las condiciones atmosféricas tanto como estas son afectadas por la incertidumbre. No vivo los lugares de la misma forma con una luz obscena de verano que con una tenue incandescencia primaveral. El punto de choque en mi caso es la luz, aunque la temperatura, la humedad, el viento o la meteorología personal, como el cansancio o la falta de sueño, también tienen su papel en la impresión del momento y el lugar.

En este caso tengo recuerdos aislados de la quietud del lugar, del sonido de la leve lluvia sobre el paraguas de colores de 300 yenes y del susurro de las pisadas sobre la gruesa arena mojada. Me llamaron la atención individualmente la disminución inmediata de mi ansiedad, el frío lento y húmedo que entraba por mi cazadora de cuero marrón y la silenciosa comunicación que establecí con ella.

Pero el recuerdo que tengo ahora, el recuerdo que tuve nada más abandonar el Ginkakuji, estaba constituido no solamente por retazos particulares y sensaciones dispersas. Este recuerdo estaba conformado por la impresión de un momento en un lugar, de un pulso y una vibración que se extendía en el terreno y en el tiempo.

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La información histórica y artística sobre el Ginkakuji y el Karesansui, las he sacado de la Japan-Guide y el artículo de wikipedia sobre los jardines japoneses de arena.

Si queréis saber la ubicación aproximada desde donde tome las fotos podéis abrir este fichero .kmz que os llevará en Google Earth al sitio del que hablo.

Las impresiones son mías, y hasta que no inventen un sistema de descarga para recuerdos, os las transmito vía palabra.