miércoles, 22 de julio de 2009

La Chiquita Piconera


Sólo un imbécil no se fijaría en tus ojos, enormes, tan llenos de matices. Diciendo tantas cosas, lo que buscas, temes y vas a permitir, lo que deseas, lo que te quema dentro. Tan oscuros, ribeteados por unas leves ojeras, de creer que no estás haciendo bien, de pensar que has obrado como no debes, pero de sentirte tan bien por lo que has hecho y necesitas volver a hacer.

Tu pelo de entreguerras es como música en blanco y negro, perfecto en su estatismo, grandioso en su brillo dinámico. Crea respeto, anuncia un olor a realidad, a mujer de cabellera de fuego, a mordisco en tus labios, que no se sabe si sonríen u ordenan parar.

Ya, llegados a este punto, no puedo dejar de pensar en tí, pero veo tu hombro, como un reclamo dialéctico, como el inicio de la perdición, la entrada al desastre. Sigo tu brazo y veo como juntas tus manos, una contra otra, con displicencia naturalmente aprendida, sujetando el atizador con una desgana leve, con una curvatura en las manos que me hacen pensar en horas de enajenamiento a tu lado.

Arrugas de tu camisa, tirante, dunas, surcos, olas, empuje, no puedo evitar mirarlas, no puedo, ni quiero evitar imaginar lo que las produce, y querer tenerlo entre mis manos, otra vez, una vez más, de forma tan suicida que si ahora lo tuviera, firmaría aunque fuera a ser la última vez.

Podías sentarte de mil formas, pero elegiste esa, diste la patada al convencionalismo, hiciste el desprecio a la normalidad, te saliste de la línea, de lo marcado, de la pauta que te tenían reservada. No sé si tus brazos abren tus piernas, o solo las acompañan, o las empujan, no sé lo que hacen porque he visto tus medias, y aquí, aquí caigo en la cuenta de que ya no puedo hacer nada.

Suben desde el tacón -no hay nada más bonito que unos zapatos de tacón sentados - y llegan hasta tu rodilla, la sobrepasan, pero en la curva se frenan, como si la frontera de tu falda, de tus muslos, las detuvieran por inutilidad. Otra decisión más, otro demente enigma, o quitártelas o dejártelas, y respirar cerca tuya, oyendo tu música a escasos universos de mí. Y vuelvo a mirar a tus ojos...

martes, 14 de julio de 2009

Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster

Reconozco mi debilidad personal por Auster. A finales de los noventa un buen amigo me recomendó El Palacio de la Luna, diciéndome que era del tipo que había escrito el guión de Smoke. En aquellos momentos de carencia cultural, pero de unas ganas inmensas por devorar todo lo que caía en mis manos, leí el libro con ansiedad, acabándomelo en un par de noches de verano.

Durante todos estos años este escritor ha sido una de mis constantes literarias. He presenciado la popularización de su obra en España, pese a que cuando yo lo empecé a leer no era precisamente underground, y por lo menos en este caso, y al margen de maniobras comerciales, el público parece contar con un cierto gusto.

Es casi una ley física, si lo pensamos detenidamente, que un escritor que cuenta con un estilo accesible, una narración cinematográfica, historias interesantes (de esas que se cuentan entre amigos tomando algo), y cierto carisma personal, acabe llenando los lineales de las librerías.

Un hombre en la oscuridad es el último trabajo publicado en España del narrador de Brooklin, y posee todas las señas de sus anteriores trabajos. El juego de múltiples realidades, las historias entrecruzadas, la casualidad como motor del cambio vital y una preocupación por su país, Estados Unidos. Aun así este es un libro menor dentro de la obra austeriana.

Paul Auster es criticado a menudo por la repetición incansable del esquema narrativo, por, siendo directos, contar siempre lo mismo, de la misma forma y cambiando sólo los detalles externos. Sí, es cierto. Como también lo es que lo hace muy bien, y que la aparente sencillez aquí es una virtud. Lo que ocurre es que su producción no siempre está en la misma nota, y en este libro se percibe una cierta prisa, una cierta dejadez, y sobre todo un espíritu pre-Obama que le ha dejado algo fuera de lugar. Es un poco la necesidad de arremeter contra la anterior administración gubernamental, la del amaño electoral, los pies en la mesa y los cien mil muertos, y rodear esto de un trasfondo narrativo.

Por otra parte cualquier escritor de esta proyección comercial, y duración en el tiempo, alejada de las explosiones de bidones de gasolina, acaba siendo una máquina maravillosa de hacer dinero. Siempre queda la duda de si el nuevo libro, además de ser un producto, es un producto propio. Al menos con Auster sabremos que pasaremos un buen rato.

lunes, 13 de julio de 2009

Las cuatro y trece de la madrugada

Me desperté y miré el reloj que tenía en la mesilla, barato, digitalmente chino, marcaba las cuatro y trece de la madrugada, aun me quedaban unas cuantas horas por delante hasta que sonora con el zumbido sincero que me recordaría el día tan prescindible que tenía por delante.
Todos los días de la semana me parecían iguales, por eso no recuerdo si la noche siguiente fue Jueves, o Martes, pero lo que sí sé es que volví a despertarme. Sin sobresaltos, sin un temor especial o un desasosiego concreto, sólo abrí los ojos, como cuando despiertas una mañana de vacaciones de verano. Y miré el reloj, las cuatro y trece de la madrugada.
Cuando pasaron un par de días más empecé a preocuparme, no me levantaba cansado, pero me acostaba con la incertidumbre sobre la almohada.
Un Miércoles, y esto si lo recuerdo porque en la tele bramaban sobre el partido de Copa de Europa que se jugaría unas horas después, estaba en el bar con un tercio y un aperitivo de patatas ali-oli, esperando el bocadillo que había pedido. Se me coló por el oído izquierdo, como si me entrara agua en la piscina. Una de las vecinas de barra, probablemente funcionaria o administrativa de algún banco de la zona, estaba contando a sus compañeras exactamente eso, justo lo que a mi me pasaba. Dudé al principio si era cierto, pero cuando me giré para verla vi a otro tipo, de unos cincuenta años, barba recortada y carrillera descolgada, como la miraba estupefacto. No dije nada, era como haber recibido un balonazo en la nariz de esos que hacen que veas luces y oigas un pitido de línea telefónica.
Al llegar a casa encendí el ordenador como de costumbre, casi antes de quitarme los zapatos e ir al baño a mear. Revisé un poco, bastante compulsivamente mi correo y mis cuentas de redes sociales, tan de moda esos días. En una de ellas, entre estupideces de todo calado y gestos bochornosos de exhibición publica vi algo que acabo de hacerme sentir el escalofrío por la espalda, que aunque tópico, se repite desde que eres un crío cuando algo te asusta de verdad: "Gente que nos despertamos a las 4:13 de la Madrugada. Hazte Fan".
A partir de ese momento todo se aceleró, creo que no pasó ni un día hasta que vi la noticia en los gratuitos que repartían en el metro, y de ahí a la televisión. Al principio era una noticia de sección de curiosidades, la daban como algo pintoresco, misterio de relleno de crema. Al poco tiempo el relleno era sólido y poco digestivo, de los que ocupan portadas y cabeceras, de los que se adornan con declaraciones de autoridades públicas pidiendo tranquilidad y expertos de todo tipo aderezando en las tertulias lo que nadie comprendía.
No quedaba en dos semanas y poco país en el mundo que no sufriera los efectos del despertar, cada uno en su huso horario, todos a las cuatro y trece de la mañana. El espectáculo se hizo presente, desde raperos blancos rimando el suceso hasta sectas milenaristas hablando del fin, el Papa de Roma rogaba por nosotros, Bill Gates creaba una fundación y Bono de U2 daba un concierto solidario (nunca supe como y para quien). Hubo algunos suicidios en masa, incluso algún empresario expresó su deseo de adaptarse a las nuevas circunstancias y empezar la jornada laboral una hora después, se crearon nuevos programas en esa franja horaria, y los publicistas, siempre tan atentos, crearon decenas de nuevos anuncios.
Y hace una mes paró. La noticia la dieron en España por la tarde, los japoneses habían dormido una noche entera sin problemas. Yo no me enteré, y al menos experimenté el placer propio el día después, incluso me llegue a creer especial, a especular con que yo fui el primero en empezar y el primero en acabar.
Se han dado todo tipo de explicaciones, desde tormentas solares a cometas, desde deseos divinos hasta influjos malignos, pero ninguno ha resultado concluyente. La gente parece querer olvidare rápido, hacer que nada ha pasado, borrar aquella canción que descargaron y seguir con sus vidas. Yo hago lo mismo, pero siempre me pregunto por qué pasó, si tuvo un objetivo o si ocurrió algo que aun no sabemos. Me asusta pensar que a las cuatro y trece vaya a pasar algo grave de verdad y esto sólo haya sido un anticipo. Me aterra que a las cuatro y trece no pase nada, ni a las cinco ni a las siete, un sueño global perpetuo, una muerte en la cama por inanición, miles de millones de despertadores sonando sin que nadie los apague.


Pequeño homenaje de La Aurora a la Semana Negra de Gijón.

viernes, 3 de julio de 2009

Northern en La Dinamo

Extracto de un interesante e introductorio artículo sobre Northern Soul aparecido en el número de verano de la revista La Dinamo:

LDNM: Con la perspectiva que dan los años ¿Que crees que fue lo más importante del movimiento?

Pol O´Maoleoin: Lo más importante fue que, al estar fuera del alcance de los medios de comunicación y de la escena londinense, se mantuvo el control y nunca fue desvirtuado por las grandes compañías discográficas. Muchos movimientos, como el punk, fueron estrangulados hasta la muerte por la industria musical, que buscaba hacer dinero rápido. Fuera de Londres, aquellos chicos tuvieron tiempo de desarrollar la escena por sí mismos. Se trataba de pasión, no de dinero, y cuando crecieron lo suficiente como para atraer la atención de la industria, ya le habían dado forma y dirección. Me encanta eso. La industria musical (¡escupo en su cara!) jamás ha sido capaz de establecerse en nuestro movimiento, aparte de unas pocas recopilaciones, y hasta el día de hoy todo sigue en nuestras manos.

jueves, 2 de julio de 2009

Al final teníamos razón


El saltador de trampolín se dispone a lanzarse al vacío. Cierra los ojos, tensa los músculos, deja su mente en blanco antes del momento, y recuerda que es lo que le ha llevado hasta ahí.

Es posible que a mi me pase algo parecido, ante el gran salto pienso de donde vengo, y que es lo que me ha hecho como soy. Sin exagerar, creo que una de las partes más fundamentales de la vida de una persona son los discos que ha escuchado, los libros que ha leído, las películas que ha visto, y esto es lo único que sabes que no te va a fallar, lo único a lo que asirse en los momentos difíciles.

Siguiendo esa ruta trazada por uno mismo, el azar o la gente que te rodea, me acuerdo de Earth Angel, la canción originalmente grabada por The Penguins en 1954, pero que yo, como supongo la mayoría, escuche por primera vez en esta versión realizada por un grupo inventado para la película Regreso al Futuro.

La escena en que Marty McFly, el chico del salvavidas por chaqueta, toca la guitarra junto a ellos, es una de las mejores de la trilogía de Zemeckis. Todo pende de un hilo, si sus padres no se besan en el baile del encantamiento bajo el mar, él desaparecerá a causa de una paradoja temporal. Todos hemos visto la película una y mil veces, sabemos que acaba bien, pero cuando el protagonista apenas puede sostener la guitarra y encajar un acorde, aun tememos por su suerte. Al final, y coincidiendo con la entrada de los violines, el asustadizo George McFly besa a Lorraine y todo vuelve a su cauce. Es en ese momento cuando casi nos levantamos y aplaudimos y agitamos los brazos en plan deportista exhausto que cruza la meta.

La canción siempre me gustó, pero hubo un tiempo que no lo podía reconocer. Como decir a tus amigos adolescentes que algo de hace cincuenta años te parece estupendo, y además, algo que habla de puro y simple amor. Inadmisible. Para decirte lo que había que oír ya estaban los cuarenta criminales, buque insignia de referencia para los supuestos chicos-en-la-onda de aquel entonces (hoy ya ni eso, están los politonos). Además el cinismo dominante, el nada importa y el todo es mentira, hacían, hacen, imposible declararse pasional, entregado y conmovido.

Supongo, sé, que el vacío a un chico de once años le duele, el sentirse fuera de lugar, absoluta y totalmente ajeno al mundo donde vive. Por eso es agradable mirar atrás con ira y ver que al final ellos eran los que estaban equivocados, ellos eran los que ahora llevan vidas comunes, tristes y desapasionadas. Vidas de esas que no duelen porque siempre están en la misma linea, no como otras, en las que se reciben fuertes golpes por haber subido muy alto.

Al final teníamos razón, por eso, la próxima vez que regalen, recomienden o rueguen a alguien querido que lea, escuche o vea algo que les ha marcado sepan que le están haciendo el favor más grande de su vida.