miércoles, 23 de abril de 2008

El cura volador y Akio Morita



Vivimos días extraños y hemos de admitirlo lo antes posible. En las películas de catástrofes, parejo a la presentación de los personajes, aparecen una serie de sucesos que nos alertan ante el inminente cataclismo. Una pequeña grieta en Terremoto, un hilillo de humo en El Coloso en Llamas, o algún zombificado precoz en alguna peli de muertos vivientes.

Cuando cae un periódico en mis manos, o más bien cuando me dejo caer por alguna de sus webs, busco con avidez alguna señal entre la falsa actualidad (redundancia). Alguna señal que me confirme lo que sospecho, el desastre está cerca. Y la noticia del vídeo es una de esas señales, claro.

Pensadlo con frialdad, y repetidlo en vuestras cabezas las veces que haga falta, hasta que sustraigáis la realidad del asunto. Un cura, precisamente un cura, brasileño, no de cualquier país, sino de Brasil, se ata a miles de globos infantiles y se hecha a volar. Así sin paliativos, toma cucharada de absurdez real. Y para colmo el señor se pierde, porque no sabía utilizar el GPS.

Pero más cosas que me inquietan. En un globo aerostático, los pilotos globistas, cuando quieren subir tiran de quemador y calientan el aire, con lo cual el ingenio asciende. Cuando quieren bajar dejan que el aire se enfríe. Pero a este señor ¿cómo le iban a bajar?, ¿disparando a los globos con escopetas de feria?.

Una vez leí unas declaraciones de Akio Morita, nada más y nada menos que el fundador de Sony. El tipo decía que el mundo de hoy ( y murió en el 99) es como un transatlántico apunto de chocar con un iceberg. Lo peor de todo, decía, no es el fatal desenlace, sino que los pasajeros pese a saberlo están jugando en el casino, embebidos por las magníficas ganancias y estruendosas pérdidas de la ruleta, y ninguno hace nada para evitar el choque.

Juguemos pues...

jueves, 17 de abril de 2008

Grandes diálogos: The Commitments

-¿Y qué clase de música vamos a tocar, Jimmy?
-¿Sois de clase trabajadora, verdad?
- Lo seríamos si hubiera trabajo
- Entonces vuestra música debería hablar de quienes sois y
del ambiente de donde provenís, debería hablar el lenguaje de la calle.
Debería referirse a la lucha y el sexo, y no me refiero a canciones
de amor blandengues que hablan de querer coger la mano a tu chica.
Me refiero a joder, follar, coños, pollas, culos... todo eso
-¡Vaya! ¿qué clase de música habla de eso?
- El soul
- ¿El soul?
- ¡Soul!, Vamos a tocar soul de Dublín

jueves, 10 de abril de 2008

Los malos finales


La vida en general es injusta. Este es un axioma del que te das cuenta tarde o temprano si tienes los ojos abiertos, aunque sea un poco.
Hoy el axioma ha vuelto a cumplirse, inexorable, e incluso mordaz, con ese punto de burla que tiene la verdadera maldad. El Getafe ha sido eliminado en los últimos treinta segundos de partido.
Los deportes televisados, y en especial el fútbol, son como una tragedia griega para masas, entre las cuales me incluyo, en el que el destino del héroe siempre es oscuro, terrible, fatal, y lo peor es que lo es, haga lo que haga.
El héroe en esta ocasión es el Getafe. Quizás abunde en los tópicos, pero el Getafe es Working Class Football. Sus jugadores no tienen nombres sofisticados, se llaman Braulio o Casquero, son como las calles de la ciudad de periferia que acoge al equipo, feas pero con orgullo. El equipo consigue llegar a cuartos de final de la UEFA (pronúnciese "güefa"), no a semifinales ni la final, los cuartos. Y se enfrenta al Bayern de Munich, un equipo grande, con prestigio, historia, títulos y dinero. Y pierde, en los últimos treinta segundos del partido.
Lo trágico es que el pequeño, el que representaba al héroe en la tragedia sabía de su destino adverso, y eso no le ha impedido salir a cambiarlo. Durante el mayor tiempo del partido esto ha parecido posible, y casi al final, un tipo feo, francés y feo, va y mete un gol. Y eso no fue lo peor.
La prorroga, ese tiempo añadido, como una toma más para que Skywalker cruce la puerta romboide que se cierra, comienza, y todo hace pensar que la puerta esta vez pillará al protagonista. Pero no, sale el Getafe y mete dos goles, suenan las fanfarrias.
Parece que esta vez el final será feliz, el pequeño derribará al grande, los buenos ganarán al menos por hoy. Pero esto no es una película, es la realidad, donde generalmente los finales son malos, y crueles. Podía haber perdido cero cinco, pero perdió en los últimos treinta segundos.
Irrumpe un malo de verdad, un italiano con nombre de mafioso, Luca Toni, un tópico andante. Da un cabezazo a uno del Getafe, que sirve de presentación de nuestro némesis. Y de ahí a la burla.
Primero al portero se le escapa el balón de las manos, y luego un gol rastrero en los, sí, últimos treinta segundos.
Los buenos nunca ganamos, por eso cuando lo hagamos será grandioso.

martes, 8 de abril de 2008

20 minutos

Llego a Atocha y me cambio de andén. Salgo del tren disparado como un atleta proletario, bregando con todo tipo de trampas y de competidores que intentan llegar antes que yo a las escaleras mecánicas. Afortunadamente llevo a los Nazz en los cascos y eso me da un plus de velocidad punta.
Según subo miro a mi izquierda intentando ver en vano cuantos minutos faltan para que llegue mi tren, por supuesto no lo veo, como no lo veo ningún día, pero repito gesto, automatizando mis movimientos como casi todo. Delante mía va un chaval con una mochila de montañero enorme. Siempre me he preguntado que lleva la gente en esas mochilas azules, gigantes, extremadamente grotescas en comparación con un entorno tan urbano. Llevarán cojines para llenarlas y aparentar, delante de otros o de ellos mismos, que vienen de vivir algún tipo de aventura campestre. La gente que leva una indumentaria campera en la ciudad es odiosa, como casi todo.
Me lanzo por la pasarela que comunica las vías, como todo el mundo, aun recuerdo la antigua Atocha, decimonónica y steampunk, donde la gente cruzaba las vías alegremente. De vez en cuando moría alguien, pero la estación era mucho más pintoresca que este mamotreto de cemento armado, que más que una estación de trenes parece un depósito de residuos radioactivos. Quizá sea ambas cosas y el dinero de la Expo y las Olimpiadas salieron de aquí.
Veo el indicador luminoso, quedan cuatro minutos y enfilo las escaleras de bajada. Siempre tengo la sensación que alguna señora torpe me va a tirar y voy a car rodando, golpeando mi cuerpo con los escalones metálicos y sibilinos. Miren unas escaleras mecánicas ocultándose bajo tierra, son inquietantes.
Me sitúo en el punto justo donde parará el tren. Es una costumbre miserable, pero necesaria. No me importaría ir de pie si los demás viajeros tuvieran una correcta percepción del espacio, y no te pisaran, empujaran e importunaran de todas las formas posibles, cuando el tren va hasta los topes y también cuando no lo va.
Llueve bastante, y como aun hay luz natural, ambas, luz y lluvia, se cuelan por unos espacios abiertos que hay en el techo, de donde cuelgan unas estructuras metálicas de película post-apocalíptica. Me imagino la estación desierta, abandonada, y unos monos saltando y desafiando la gravedad entre los hierros colgantes. Los monos son cojonudos, son como nosotros pero sin maquillaje ni maldad.
Llega el tren, consigo entrar y sentarme, me siento un triunfador sobre los rezagados, lentos, y prácticamente tullidos sociales que no han conseguido sentarse. Cabe decir que mi entrada en el tren es limpia, como un cuchillo a través de un aguacate, no como esas señoras-bicho-bola, que armadas con sus bolsas de plástico consiguen sitio, no con gracilidad, si no como una carga de dragones napoleónicos avanzando con sus caballos de dos toneladas.
El tren arranca y mi sensación de felicidad se desvanece tan pronto como me doy cuenta de que me quedan muchas estaciones por delante. Estoy casi al final de la linea, soy un profesional del cercanías, no como esos aficionados que se bajan a la segunda o a la tercera.
Una mujercilla recopila desesperada periódicos gratuitos. Se diría que en vez de leer la información del día, o algo que se le parece lejanamente, va a encontrar un mensaje cifrado que le permita vivir eternamente, o conocer a Ana Rosa. Miro a mi alrededor, afortunadamente hoy no hay ni bebes llorando ni muchachos riguitón, que en un alarde de simpatía alegran el vagón con sus exóticos sonidos.
Enfrente mía va un tipo calvo, con perilla de camarero, ropa olvidable y aspecto de mercenario. Es grande como una torre y me mira con cara de desprecio. Le devolvería la mirada, pero tengo la impresión de que con una de sus manos ariete podría arrancarme la cabeza sin inmutarse.
Me concentro en la lectura, hoy me sale bien, consigo meterme en el libro y todo a mi alrededor se empieza a desvanecer, tomado un aspecto informe.
Empiezo a pensar este texto, en lo abandonado que tengo el blog y en las ganas de escribir que vuelven de nuevo.
Y hasta este punto y final