miércoles, 26 de agosto de 2009

El concierto de Jazz

Llegue a aquella ciudad sobre las nueve de la noche, el viaje había sido estúpido, una mala planificación de autobuses y había perdido la jornada entera. No tenía pensado parar allí, iba más hacia el norte, pero era mejor eso que estar toda la noche en un asiento mínimo acompañado de un señor que hacía ruido al respirar.

Busque un hostal, barato y cercano a la estación, de los de habitación de muebles exhaustos y una mesita en la que sólo se puede escribir una nota de suicidio o colgar los pantalones. Decidí hacer lo segundo y poner la tele, al día siguiente saldría pronto. En media hora la cabeza me daba vueltas, no había por donde agarrar el mando a distancia, y entre esposas infieles y teleproducciones bastas, acabé andando por la calle, buscando un sitio para tomar algo.

El plano de muchas ciudades de provincias, el sentimental, no el urbanístico, es muy parecido, y me sentía algo observado, como si llevara un cartel que dijera "extraño", en palabras fosforescentes de tipografía publicitaria japonesa. Un bar, oscuro y con gente pensando en beber sería un buen habitáculo para las siguientes horas. Ahora sólo me faltaba encontrar uno, cosa difícil teniendo en cuenta mi manía persecutoria y mi odio hacia la música convencional. Según caminaba con las manos en los bolsillos del peacoat, se me agarro a mi visión lateral una ventana con gente sentada, mirando a un escenario, donde había unos músicos empezando algo. Concierto de Jazz, que en aquellos momentos sonó como "muchacho, esto lo hemos pensado para ti y para ahora".

Visita a la barra, abriéndome paso entre la gente a modo de insecto reptante, cerveza fría y un sitio al fondo. Me venía como un traje a medida, perfecto para pensar que iba a hacer mientras que hacía que atendía al concierto con la mirada perdida.

Entre recuerdos groseros de mi última y desastrosa camástrofe, presiones laborales por no entregar a tiempo lo que mi escuálida imaginación no desarrollaba, la vi. Fue una epifanía hormonal, una corriente eléctrica recorriéndome la espalda, un uppercut de boxeador experimentado. Me hubiera gustado decirme que no estaba bien, que no estaba bien recibir un destello de flash decimonónico por una de las tipas que tocaba en el combo. No era buen negocio seguro, tendría a su novio por allí, al final tendría que hablar con mucha gente, recibir las felicitaciones y los besos, hacerse la simpática, sin tiempo de atender a un desconocido de aspecto cansado y ojos hundidos por pesos inconfesables. Pero este tipo de cosas no se planifican, no se cuadra el impacto del meteorito ni se abre el obturador en el momento en que cae el rayo, te golpea y te ciega, te aturde y sólo quieres una cosa.

Durante lo que duró la interpretación me dedique a seguirla visualmente, a caminar con mis ojos sobre su cara, captando sus gestos, ese labio mordido o ese pelo por la frente. Al acabar me situé a una distancia prudencial, viendo que era más bonita de pie que sentada, deseando agarrarla con mis manos, observando como reía con desconocidos y los golpeaba como pelotas de tenis lanzadas por una máquina. Esperando mi oportunidad de sacar los colmillos y devorar a la presa, aunque sintiéndome fuera de mi hábitat, fuera de mi campo de juego habitual.

Y en nada dos cervezas, tres, cuatro, reuniendo el valor necesario, juntando las fuerzas adecuadas, trazando la estrategia para tomar la posición. Decido situar mi mirada sobre ella, nos cruzamos. Choque de trenes, se me acelera la respiración, es intenso, podría andar por el aire si quisiera. Me acerco, la tengo a cuatro pasos.

Y sí, el tiempo va más despacio, puedo ver casi los átomos girar, la risas grotescas de unos borrachos moviendo sus facciones como gelatina, los mecheros encenderse con un fulgor de chispas explosivas.

No me mira con superioridad, ni con condescendencia ante el posible fracaso, intuyo deseo, leve, contenido, potencialmente inflamable. Me abre la puerta con un ligero movimiento de sus párpados, pasa, inténtalo y procura no fallar, no te voy a dar una segunda oportunidad, me dice arqueando su cara.

- Pero ¿y tú? ¿y tú de donde has salido?

lunes, 24 de agosto de 2009

Emmy Hemmings

"Apareció en el centro del cabaret con cintas alrededor del cuello, la cara como de cera. Con el pelo amarillo muy corto y un vestido de terciopelo escaso y oscuro y con rígidos volantes, era algo absolutamente distinto al resto de la humanidad... vieja y estragada... Una mujer posee infinitos matices, caballeros, pero desde luego, uno no ha de confundir lo erótico con la prostitución... ¿Quién puede impedir que esta chica que ya es la mismísima histeria... se hinche hasta constituir una avalancha? Cubierta de maquillaje, hipnotizada con morfina, absenta y la llama color sangre de su eléctrica versión de Gloire, una violenta distorsión de lo gótico, su voz brinca sobre los cadáveres, se burla de ellos, trinando conmovedora como un canario flauta".

Ravien Sirluai en Die Akction citado por Greil Marcus en Rastros de Carmín.

martes, 18 de agosto de 2009

Comiendo Techo

- ... y entonces empezó todo, era como tener fiebre, joder que horror
- Estuviste comiendo techo
- No que va, no estaba despierto estaba en un estado de somnolencia, del que no me podía despertar aunque quisiera, y circulando por lo peor de mi
- Eso mismo, comiendo techo

Te has sumergido demasiado profundo y no puedes salir a la velocidad que quisieras, sientes la falta de aire, ves el límite que separa el agua del exterior, sus ondulaciones, no te pones nervioso, lo procuras, pero empiezas a sentir el cosquilleo en tus pies y manos, el agobio en tu cerebro, la quemazón en tus pulmones. Normalmente acabas elevándote por encima del agua, tomando una bocanada en el momento preciso, sintiendo el aire más limpio, intenso y fresco que nunca. Pero lo pasas mal, muy mal.

Os veía frente a mí, con la mayor de las perversidades en vuestras cuencas, graznando odio y no veía donde asirme. Lo que más me dolía era la gente que conocía, en quien confío, como se retiraban, miraban para otro lado, no intervenían pero tampoco ayudaban. Y yo necesitaba su respaldo más que nunca.

Había algunos que se mostraban especialmente crueles, enseñando esos detalles antes del ataque que te hacen temerlo, pavoneándose de conocer tus más secretas debilidades, saltando con un cuchillo entre los dientes. Intentaba razonar con ellos pero el juicio ya estaba visto para sentencia, ya había solución final para mi persona.

En algunos momentos en los que no podía más me planteaba que nada era de verdad, que no podía estar pasando, y que todo mi sufrimiento partía de un dato falso. Me daba cuenta entonces y podía sacar la cabeza del agua y respirar. Me valía de poco, sólo para seguir circulando entre las oquedades de mis subconsciente.

Yo mismo corregía la narración, como un guionista judío trabajando en una sit-com inversa donde no había risas enlatadas, sino carcajadas hirientes. Aportaba un nuevo dato que me llevaba a descartar mi suspicacia, y volvía a meterme en el círculo de insidias y de dolor, de incertidumbre ante lo que se avecinaba.

Y así seis o siete horas.

Cuando desperté definitivamente parecía un tipo arrastrado por una caravana en medio de Arizona, pero con camiseta sudada a modo de única vestimenta. No se trata de lo que nos ponemos en la bandeja de plata, se trata de nosotros mismos, de abrir determinadas puertas de golpe y encontrate todos esos sinceros monstruos de la razón que esperan para clavarte los colmillos.

lunes, 17 de agosto de 2009

El festival (Euroyeyé)

Sólo nos quedan los recuerdos, pensaba mientras encendía el ordenador y abría las puertas para que entrara algo de aire nuevo en el zoo de ácaros donde trabajo. Tres semanas de asueto programado, de descompresión permitida y de nuevo en la negritud asalariada de un Madrid caluroso, polvoriento y permanentemente levantado, como sufriendo una insurrección del tercer mundo al mando de máquinas sacadas de una película de desastres futuristas.

Hace nada volvía por el paseo de San Lorenzo a algo parecido a una casa. Los amaneceres siempre son bonitos, pero en Gijón, con un traje de tres botones lo son más todavía. Intentamos mantener la compostura, no siempre lo conseguimos, pero al menos mantenemos la dignidad. Seis días festivos prácticamente sin interrupción, y al acabar la allnighter me gusta ver a la gente como se disemina por entre las calles, sentados en los bares tomando un café, o la enésima copa. Parecen dandis derrotados por el maquinismo, artesanos de la estética con el pelo revuelto por la humedad, húsares en plena retirada, con la chaqueta en la cabeza, señalando el desastre, participando en la performance.

Hay gente que nos acusa de que todo es mentira, de pretender revivir un momento que no es nuestro, que no nos pertenece, que no es de ahora. No han comprendido nada, y muchos de ellos comparten pista con nosotros, que no bailes. Algunos no revivimos, vivimos, ponemos al día sonidos que nos pertenecen, porque sin nadie que los oyera, sin nadie que los bailara, estarían muertos, no tendrían sentido. Algunos se acercan con una curiosidad malsana, mirando con condescendencia a los adolescentes de treinta y pico que deslizan con dinamismo milimétrico sus zapatos de punta y tartán por el suelo. Vivimos en una noche más que vosotros en un año, porque entre otras cosas, no nos queda más remedio, aceptamos gustosos el título de césares de la basura, y ponemos algo de color en vuestras vidas de sillón orejero y normalidad indie.

Todo festival es mejorable, sobre todo por la conformidad musical de algunos profesionales del plato. Quizá me gustaría ver a más gente de verdad y a menos adosados de plástico, de uniforme imposible de comprender fuera de esas cuatro paredes. Quizá me gustaría poder prescindir de los paraísos artificiales, y coger sólo la electricidad del soul. Pero soy de memoria selectiva, y me quedo sólo con lo bueno, con lo que me gustó de verdad, con las caras de mis amigos, con toda esa gente a la que saludo e intercambio tres palabras cuando me gustaría que fueran trescientas, con esos desconocidos con quien compartes miradas de complicidad al sonar ese tema, al ejecutar ese paso tan jodidamente difícil.

El año que viene, en la dieciseis edición del Euroyeyé espero volver a ver amanecer en San Lorenzo, a atusarme las patillas, convertidas por el sudor en dos abrevaderos de hamsters, echarme las manos a la cara, frotármela y ver que aun seguimos allí, que pese a todo, los buenos esta vez hemos ganado.

(En la foto, Felix Explosión, alma-mater del Euroyeyé. Instantánea tomada por Felipe Ottofree, gran fotógrafo, mejor persona.)