martes, 19 de agosto de 2008

La Soledad del corredor de fondo

La Soledad del corredor de fondo, The loneliness of the long distance runner, es un excelente título que da nombre a una película de Tony Richardson rodada en 1962. La película no desmerece al título.

Hubo un tiempo en que unos jóvenes ingleses, hartos de la espesa capa de polvo en la que estaba sumida la Gran Bretaña de posguerra, decidieron que era hora de dar una palmada sobre la mesa, y sobresaltar con ella a los mortecinos señores que dormitaban en apolillados sillones victorianos. Los Angry Young Men, así los denominaron, muy escueta y acertadamente, retrataron con sus novelas y dramas el país que, aun ganando la Segunda Guerra Mundial, era el cadáver de un imperio en progresiva decadencia. Allan Sillitoe fue uno de estos tipos hartos de un orden tan centenario como injusto, y escribió este relato (1958) que unos años después transformaría en guión cinematográfico.

La Soledad del corredor de fondo trata sobre un chaval de clase obrera que vive en el Nottingham de principios de los sesenta (se puede no ser working class en Nottingham?) y que acaba en un reformatorio por haber robado unas cuantas libras en una panadería. La película no es un drama lacrimógeno ni moralista, pero tampoco un simple retrato naturalista, toma partido, y se pone del lado de los que no nacieron con una cuchara de plata en su boca.

Tom Courtenay (Billy Liar, A Dandy in Aspic), el actor que interpreta a Colin, el antiheroe de la cinta, crea un personaje de verdad, esto es, con todos los matices y caras que tienen las personas interesantes y vivas (hay personas con las que nos cruzamos a diario que están muertas y ni lo saben).

Esta película tiene decenas de momentos, de escenas, que parecen grabados desde detrás de una puerta, captura a gente a la que conocemos y nos muestra las ambivalencias de las que todos somos partícipes. Colin, desde la institución que pretende adaptarle a la vía de único sentido, va recordando una linealidad de situaciones, desde una escapada a la playa a el día en que murió su padre. Los detalles, esos pequeños gestos de la historia que dicen mucho más que un tratado o un panfleto. El ansia del director de la cárcel por ganar la carrera contra el colegio privado, las damas de alta sociedad que visitan la institución a la que amablemente donan sus migajas, mientras que contemplan a los chicos trabajar en el taller, como nosotros miramos a los monos en el zoo.

Es curioso pero no se me ocurren ejemplos de este free cinema en España (si se os ocurren no dudéis en decirlo). Lo que quiero decir es que si esta película la hubiéramos rodado aquí nos hubiera salido una canción de Reincidentes, y no, por ejemplo, Dead End Street, de los Kinks.

Por últimos, esta película sirve para hacer un experimento social. Si cuando la veáis vuestros acompañantes reaccionan decepcionados o confusos ante el final, es hora de que os busquéis otra compañía.

2 comentarios:

El Hombre Blanco dijo...

Da gusto llevarse gratas sorpresas como ésta de encontrar tu blog. Me ha enganchado.
Por cierto, he leído lo de la abuela paradoja de tu otro blog y, la verdad, tengo una pregunta que me remuerde: ¿existe en verdad esa leyenda o es un relato inventado? He indagado en internet y no he encontrado demasiado...

Daniel Bernabé dijo...

Muchas gracias! Escribo el blog casi como terapia, para contar lo que me apasiona y lo que detesto, y desde luego es mejor hacerlo con gente al otro lado.

Respecto a Memoria de lo Irreal, blog que tengo vergonzosamente desatendido, la respuesta a tu pregunta se encuentra en el subtítulo de la cabecera del mismo.

Un Saludo!