lunes, 13 de abril de 2009

La allnighter


Llegue a la estación un poco más tarde de la hora prevista, y en el sitio indicado tiré de teléfono para localizar a mis compañeros de viaje. En el hall de la estación de autobuses, rodeado de desconocidos, como en un aeropuerto pero con gente más pobre, me contestaron:

- Te estoy viendo

Me giré y les localicé, centrando mi atención en ellos, que destacaban entre la gente de la cafetería como la parte limpia de un espejo empañado tras una ducha. Gafas de sol, traje de tres botones, jerseys de rayas, polos Fred Perry, jarras de cerveza a las diez de la mañana, y sobre todo un aspecto de seguridad, de quien tiene una misión irrenunciable.

Así suelen comenzar estas cosas, lo que nosotros llamamos siendo generosos allnighters, fiestas de una noche, pero que se prolongan durante todo un día entero. Reuniones de gente extraña que hace cientos de kilómetros para escuchar pinchar ese disco, para poder gritar esa melodía, para vivir la vida total por unas horas.

Llegas a cualquier ciudad y alguien te recibe. Eso no le pasa a todo el mundo, a nosotros sí. Como una logia exigua, pero repartida por cualquier recoveco, algún compañero de armas te enseña que costumbre etílico-gastronómica se cuece en el nuevo campo de juego. Lo apasionante es la llegada de la gente a cuentagotas. No llegamos todos a la vez porque pensamos en el espectáculo, porque nosotros mismos somos un espectáculo. Nos gusta saludarnos como si hiciera años que no nos veíamos, entrar poco a poco, como en un programa de variedades donde las estrellas van haciendo su aparición bajo los aplausos de la gente.

Las conversaciones. Hablamos siempre de lo mismo, pero cada vez que lo hacemos es diferente. Hablamos sobre todo de los detalles, es como si pudiéramos ver en un espectro de luz más amplio del habitual, como si escucháramos en otra frecuencia. Hablamos en clave, contamos historias que no interesan a nadie, salvo a nosotros, que nos apasionan. Porque de eso se trata, de pasión, de objetivo a conquistar, ahora, no mañana.

Y llega el momento de llegar al bar. Me encanta ese instante en el que la música generalista que había se apaga y suena el zumbido de la aguja sobre el surco, el momento previo a que empiece todo. ¿Y que es lo que sigue?, horas de electricidad subversiva, una eternidad limitada de triunfar sobre la mediocridad de lo cotidiano. Veo la complicidad en los ojos de algunos, es como una conspiración del estilo a la vista de todos pero de la que pocos se dan cuenta. Caen las canciones como explosiones en un espectáculo pirotécnico, y generan reacciones de todo tipo, pero nunca de indiferencia. En los mejores momentos incluso hay aplausos hacia la cabina, agradecimiento por esa deferencia de compartir los tesoros privados.

Del final mejor no hablo, porque es algo como esto, es recordar, es una depresión grupal, como alguien que ha buceado muy profundo y ha ascendido demasiado rápido. Sólo nos queda pensar en la siguiente, y adornar los días que falten lo mejor que podamos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo estuve ahí, ahora, no mañana.
El timi_

Anónimo dijo...

que buen texto, para cuando el libro?'

una brazo

felipe

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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Daniel Bernabé dijo...

Para cuestiones personales, agradeceríamos encarecidamente el uso de la dirección de correo que aparece en este mismo blog.

El equipo unipersonal de La aurora moderna.

CayoFlavio dijo...

Precioso texto, gracias

Anónimo dijo...

Qué gran noche, Bernays, qué gran noche.