Esta mañana he terminado de leer Rompepistas, la tercera novela de Kiko Amat, y he acabado las últimas líneas en el cercanías, como no, la segunda casa para los que vivimos en la peri, que es justo donde transcurre esta historia, en Sant Boi, en el extrarradio de Barcelona, y eso, quieras o no te predispone a que te guste, sí o sí. Seguro que alguno de los que leen esto no sabe muy bien de lo que hablo, seguro. Aunque no se lo crean esos agrupamientos de bloques de viviendas al final conformaron algo más que un sitio al que ir a dormir, al final cobraron personalidad, tan marcada como la del centro de la ciudad, o la de las zonas suntuosas en las que señoras de cara avinagrada toman desayunos de cinco euros. Esas ciudades acaban siendo un referente para los que vivimos en ellas, y sobre todo lo acaban siendo cuando se sale de las mismas, y se compara, y se ve lo diferente que puede llegar a resultar todo.
Pero esto no es una exaltación de lo cutre, no es un retablo costumbrista de serie de telecinco, ni un gag con un par de cajeras semideficientes, escrito por alguien que desde lejos observa a los animales en el zoo, y les tira cacahuetes para pasar el rato. Esto es una historia de alguien que vive allí, y que se patea las calles buscando la salida de la ciudad, sin saber todavía que la salida no existe, que para algunos el camino siempre acaba en un dead end street. Sabíais que en estas ciudades hay chicos de diecisiete años que se salen por la tangente, que pisan con sus botas lo que se espera de ellos, y que sólo se tienen a ellos mismos y a sus amigos, pues los hay, y aqui son ellos los que hablan. Y no van dando pena, ni rogando, ni compadeciéndose, van, que ya es bastante, y algunos hasta acaban escribiendo libros.
Quizá sale perdiendo en atractivo con su anterior novela, Cosas que hacen Bum. La historia es menos poderosa en referentes estéticos y musicales, en situaciones asombrosas que te gustaría que ocurrieran, pero que se suelen quedar en la mesa llena de botellines. Lo que ocurre es que de eso se trata, de que Rompepistas, Clareana, Carnaval y el Chopped, no son dandis anarcomodernistas, son punks y skins, de los que no entendían las canciones, ni se iban a Londres a comprarse la ropa para ser parte de una moda, de los que eran lo que eran porque no les quedaba otra.
El libro no está escrito por alguien que tiene diecisiete años, si no unos treinta y pico, y que de repente mira y se da cuenta que ya no está allí, apoyado en el muro bebiendo, y que aunque vuelva ya nada será igual. No es nostalgia, no es recuerdo de anciano, es constatación de que un tiempo, como poco difícil, al final acabará siendo el que te marque como persona, lo quieras o no. Hubo un tiempo en que yo no era como soy ahora, hubo un tiempo en el que nos íbamos a comer el mundo, y al final el mundo nos ha comido a nosotros. Pero no del todo, a algunos todavía nos queda algo de aquellos años del frescor.
La foto está tomada de la galería de retratos de la página de Amets Iriondo.
El libro lo edita Anagrama, en su colección contraseñas, y podéis leer un resumen aquí, además cuesta un cuarto de lo que vale un abono B2, y divierte cuatro veces más.
Pero esto no es una exaltación de lo cutre, no es un retablo costumbrista de serie de telecinco, ni un gag con un par de cajeras semideficientes, escrito por alguien que desde lejos observa a los animales en el zoo, y les tira cacahuetes para pasar el rato. Esto es una historia de alguien que vive allí, y que se patea las calles buscando la salida de la ciudad, sin saber todavía que la salida no existe, que para algunos el camino siempre acaba en un dead end street. Sabíais que en estas ciudades hay chicos de diecisiete años que se salen por la tangente, que pisan con sus botas lo que se espera de ellos, y que sólo se tienen a ellos mismos y a sus amigos, pues los hay, y aqui son ellos los que hablan. Y no van dando pena, ni rogando, ni compadeciéndose, van, que ya es bastante, y algunos hasta acaban escribiendo libros.
Quizá sale perdiendo en atractivo con su anterior novela, Cosas que hacen Bum. La historia es menos poderosa en referentes estéticos y musicales, en situaciones asombrosas que te gustaría que ocurrieran, pero que se suelen quedar en la mesa llena de botellines. Lo que ocurre es que de eso se trata, de que Rompepistas, Clareana, Carnaval y el Chopped, no son dandis anarcomodernistas, son punks y skins, de los que no entendían las canciones, ni se iban a Londres a comprarse la ropa para ser parte de una moda, de los que eran lo que eran porque no les quedaba otra.
El libro no está escrito por alguien que tiene diecisiete años, si no unos treinta y pico, y que de repente mira y se da cuenta que ya no está allí, apoyado en el muro bebiendo, y que aunque vuelva ya nada será igual. No es nostalgia, no es recuerdo de anciano, es constatación de que un tiempo, como poco difícil, al final acabará siendo el que te marque como persona, lo quieras o no. Hubo un tiempo en que yo no era como soy ahora, hubo un tiempo en el que nos íbamos a comer el mundo, y al final el mundo nos ha comido a nosotros. Pero no del todo, a algunos todavía nos queda algo de aquellos años del frescor.
La foto está tomada de la galería de retratos de la página de Amets Iriondo.
El libro lo edita Anagrama, en su colección contraseñas, y podéis leer un resumen aquí, además cuesta un cuarto de lo que vale un abono B2, y divierte cuatro veces más.
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