jueves, 5 de marzo de 2009

Fragmentos

Tardo un rato en peinarme, secándome el pelo con un cepillo redondo, me queda razonablemente bien para un Jueves a las siete de la mañana. Todavía no ha salido el sol, pero no es de noche, hay una luz vaga, incrementada por las nubes que le dan a todo un tono violeta. Entro y salgo de casa tres veces, la primera porque se me olvidan los cascos, la segunda porque cojo las llaves equivocadas, y la tercera porque me he dejado la luz del salón. Procuro no enfadarme demasiado conmigo mimo, he dormido poco.

Justo al volver la esquina del portal exterior, en esta configuración tan conservadora que tienen las urbanizaciones post 11-s, un bramido de aire me despeina, como si un tío gigante y maleducado me hiciera a escasos centímetros de mi cara: Buh!. -Puto aire -digo en alto sin casi oírme por la primera canción que suena en el día, y que dejo la noche anterior preparada. Giro y veo a una vecina, me mira asustada. Perfecto, ahora además de ser "elbitel" soy un psicótico, "elbitelsicotico", pensara la pobre señora, probablemente unos años más joven que yo.

Nos cambian de vía, una turba cruza por los pasadizos subterráneos a toda velocidad. Parece una película de catástrofes española, género inédito. Veo a un hombre que me da pena, es pequeño y está medio calvo, y los pelos con el aire se le han movido. Trabajará en hacienda o algo así, pero parece un refugiado. Deseo fervientemente que alguien le diga algo para salir en su defensa, en la defensa del funcionario de hacienda refugiado.

Unas páginas más adelante estoy saludando a mis compañeros. La librería está todavía tranquila, como las costas británicas en el siglo VII, esperando una invasión de Vikingos. Hablamos de tres rubias que entraron ayer, compañeras de master, asquerosamente perfectas. Propongo proponerles ser sus proxenetas. Lo digo más que nada por llevar sombrero de ala, abrigo sobre los hombros y mullet, peinado oficial de los chuloputas. Nos reímos un rato, entra alguien.

Unos tickets después estoy comiendo, oigo una conversación entre dos mesas. En una un tipo de unos cincuenta, barba, gafas, posiblemente entendido en informática. En otra otro diez o quince años mayor, está seguro en un escalafón mayor que el suyo, es quien empieza la conversación. Le pregunta si comprarse un portátil para su casa, y que tipo de impresora le viene mejor. El informático tardío le responde con una cortesía automática, aprendida, de esas que se emplean con gente que tiene poder de decisión sobre tu vida. Me imagino una guerra, con su purga posterior. El más mayor, el del poder de decisión, hablando con otro de similar posición, ambos ganadores.

- ¿Y sabes que fue de Fernández, el de los ordenadores?
- Pues creo que le fusilaron hace un mes, le encontraron sospechoso.
- Ah, pobre hombre. ¿Sabes que dan hay hoy de menú?

Tendrá unos cuarenta y pocos, y deduzco que será bibliotecaria de algún despacho pequeño. Por su ropa, correcta pero barata, no cobrará mucho más que yo. Ha sido guapa, pero la costumbre y el adocenamiento pesan, y eso se nota. De todas formas sigue resultando atractiva, me imagino al portero mirándola el culo y relamiéndose. Me pide un Código de Comercio, yo le explico las diferentes opciones mientras que profesionalmente voy observando a los estantes para indicar con la vista donde están colocados los libros. Giro la cabeza para terminar la frase mirándola, demasiado rápido al parecer. Está con la vista clavada en mi paquete. Ella se ha dado cuenta de que ha saltado la alarma, y se ruboriza, no ostensiblemente, pero me retira la mirada y va rápido a coger un libro, el primero que agarra, quiere salir de allí cuanto antes. La cobro y me despido amablemente, pero haciéndola notar que lo he anotado, como victoria moral de todos los hombres que hemos sido censurados mirando un escote pronunciado o unas caderas sinuosas.

El tren es una ruleta perpetua, hoy me tocan una pareja de compañeros de trabajo, mediana edad, nada reseñable. Ella ha estado en Londres, y se pasa todo el viaje contándole a su amigo, a mi y a todo el vagón, lo bonita que era la ciudad. Me hago una idea completa de como es su vida, oyéndola arrastrar los finales, para darle interés a una narración de guía de viajes norteamericana. Su compañero me inspira compasión, se tira media hora dándole réplicas del estilo: "Y allí en el metro sólo hay un andén, ¿no?" o "Allí siguen con la libra, ¿no?". Yo no puedo leer, pero al menos no tengo que mostrar un fingido interés.

Hay redada de revisores, interventores dicen ellos, picas decíamos nosotros, en los tornos de la estación. Ahora van acompañados de unidades paramilitares de élite. Oigo a un chaval que está pagando su multa, como les habla en un tono exageradamente cordial, mostrando casi regocijo por purgar económicamente su falta, está casi a punto de hacer una genuflexión mientras que sonríe. Es el miedo.

Siempre que llego a casa me encuentro con vecinos entrando o saliendo. No es normal, es una puta conspiración. Mi barrio es nuevo, y como todos los barrios nuevos en una tarde desapacible de invierno, parece Chernobil, pero en bonito, con fuentes y césped. Desacelero mis zancadas con la esperanza de librarme de una señora de veintitantos que viene con bolsas, lo consigo. Pero cuando estoy abriendo aparece por detrás mía un señor calvo, con un traje azul tres tallas más grande, y moreno. Me mira como si hubiera visto a un arcángel con una espada flamante. Sólo llevo mis llaves y una bolsa con discos.

-Buenas tardes -le digo con mi mejor acento profesional.
-Hola -contesta extrañado
-He venido a traerte la paz de espíritu, hermano. Pon esta música en tu casa - ofreciéndole los vinilos- y tu vida se llenará de dicha.
-No tengo de eso - refiriéndose a que no tiene tocadiscos
- Pues entonces muere, ¡vil servidor! - Y le clavo la espada flamígera en un costado, mientras grita como con eco, y desparece entre humo.

Bueno esto último es posible que no ocurriera así del todo, pero que quieren que les cuente, ¿Que llegué a casa y me puse a escribir esto?.

2 comentarios:

Dr. Kylldare dijo...

¡Bravo!

Anónimo dijo...

¿Por qué no? A mí dejó de interesarme lo que contabas cuando apareció eso de "un arcángel con una espada flamante"...