No te atrevas a salirte de la linea, tienes un futuro asegurado, de casa, comodidades y aburrimiento. Domingos por la tarde recibiendo a los vecinos, tomando un café, hablando de las últimas obviedades que la televisión ha vomitado.
La rutina es como el tren de todas las mañanas, como esos tipos de bostezo prolongado que se sientan enfrente de tu cara. Es algo pegajoso, pero a la vez presuntamente agradable por su amable placidez.
Ya no recuerdas cuando fue la última vez que sacaste los pies del tiesto, quizá en aquella cena de empresa en navidad, en la que te permitiste una copa y alguna mirada al escote de tu compañera de cafés en la máquina. Fue un atrevimiento pactado, te conformas con imaginarte, en esos momentos impensables en la misa del domingo, que podías haber llegado algo más lejos. Pero sabías donde estaba tu sitio y el de todos.
La ley está hecha para ser respetada, el lugar común para ser glosado, la tradición para ser venerada. El centro comercial para ser visitado el sábado por la tarde.
Sientes esa extraña emoción cuando las puertas de cristal se abren solas, un cosquilleo te recorre el cuerpo, y te obliga a sacar esa tarjetita verde con la que compras el sucedáneo de emociones empaquetas, listas para ser usadas, sólo tres minutos en el microondas.
Berlina familiar pagada en cinco años, depresión marital compensada con ansiolíticos (las visitas al psiquiatra de tu mujer desgravan en hacienda), hijo presunta promesa de nada, zapatillas de plomo que te mantienen pegado al suelo con seguridad, nunca se sabe cuando puede haber un terremoto, y tu eres precavido, sobre todo precavido.
El mundo está lleno de amenazas, pero siempre está la alarma, el perro ladrando que te protegen. Siempre está esa gente rara, de costumbres raras, con ropas raras y con miradas más raras aun, casi amenazadoras en su orgullo y autosuficiencia. Seguro que se drogan.
Mañana volverá a salir el sol, sonará el despertador y la cuchilla estará brillando sobre el lavabo. El café cortito de café en el bar, junto a la columna impresa de odio matemáticamente trazado. Da gusto oír a los pájaros, las excavadoras y esa moto tronante, todo va como debería de ir. Entras a la oficina, y tu jefe, ese hombre siempre dispuesto a tener un gesto de aliento te mira condescendiente. Y te sientes bien.
Al fin y al cabo, quien querría cambiar cuando se es tan sinceramente feliz.
(Giorgo Birdman, mod capitalino e inquieto danzante de Northern, ha tenido el buen gusto de subir el temazo de Mike Proctor a youtube)
La rutina es como el tren de todas las mañanas, como esos tipos de bostezo prolongado que se sientan enfrente de tu cara. Es algo pegajoso, pero a la vez presuntamente agradable por su amable placidez.
Ya no recuerdas cuando fue la última vez que sacaste los pies del tiesto, quizá en aquella cena de empresa en navidad, en la que te permitiste una copa y alguna mirada al escote de tu compañera de cafés en la máquina. Fue un atrevimiento pactado, te conformas con imaginarte, en esos momentos impensables en la misa del domingo, que podías haber llegado algo más lejos. Pero sabías donde estaba tu sitio y el de todos.
La ley está hecha para ser respetada, el lugar común para ser glosado, la tradición para ser venerada. El centro comercial para ser visitado el sábado por la tarde.
Sientes esa extraña emoción cuando las puertas de cristal se abren solas, un cosquilleo te recorre el cuerpo, y te obliga a sacar esa tarjetita verde con la que compras el sucedáneo de emociones empaquetas, listas para ser usadas, sólo tres minutos en el microondas.
Berlina familiar pagada en cinco años, depresión marital compensada con ansiolíticos (las visitas al psiquiatra de tu mujer desgravan en hacienda), hijo presunta promesa de nada, zapatillas de plomo que te mantienen pegado al suelo con seguridad, nunca se sabe cuando puede haber un terremoto, y tu eres precavido, sobre todo precavido.
El mundo está lleno de amenazas, pero siempre está la alarma, el perro ladrando que te protegen. Siempre está esa gente rara, de costumbres raras, con ropas raras y con miradas más raras aun, casi amenazadoras en su orgullo y autosuficiencia. Seguro que se drogan.
Mañana volverá a salir el sol, sonará el despertador y la cuchilla estará brillando sobre el lavabo. El café cortito de café en el bar, junto a la columna impresa de odio matemáticamente trazado. Da gusto oír a los pájaros, las excavadoras y esa moto tronante, todo va como debería de ir. Entras a la oficina, y tu jefe, ese hombre siempre dispuesto a tener un gesto de aliento te mira condescendiente. Y te sientes bien.
Al fin y al cabo, quien querría cambiar cuando se es tan sinceramente feliz.
(Giorgo Birdman, mod capitalino e inquieto danzante de Northern, ha tenido el buen gusto de subir el temazo de Mike Proctor a youtube)
6 comentarios:
Justamente pensaba en esta canción el otro día. Serendepity.
Gran tema. No sé por qué me ha traido a la memoria 'Smithers-Jones', que, en realidad, es la descripción de la concreción del peor temor de Mr. Commuter.
Este tipo de cotidianeidad me mata... Pero a veces me pasa igual que a ti... besos.
Hola Hans, gracias por los comentarios que has ido dejando por el blog. Y sí, Smither-Jones me parece el epítome de como contar algo tan difícil en dos minutos. Nos leemos.
Hola Julia. Realmente no hablo de mi (al menos ahora) si no de un tipo que todos conocemos y que prefiere la opiacea sensación de seguridad a la libertad de vivir la vida con todas sus consecuencias. Otro beso.
Publicar un comentario