Perteneciste a una generación mucho más valiente que la mía, más preocupada por lo que realmente importaba, por lo real, y supongo que quien ha vivido una guerra con catorce años, quien ha visto pasar hambre a sus hermanos pequeños, nunca en su vida pierde el norte, siempre distingue lo accesorio de lo fundamental.
Tuve la suerte de pasar los años de mi niñez a tu lado. Quizá por eso eche tanto de menos los despertares tranquilos en tu casa, la mía, de Mesón de Paredes. Me acuerdo, en esos años previos de ir al colegio, de oírte cantar en la cocina tus coplas andaluzas, de oler el café y de hacerme el dormido cuando venías a despertarme y darme un beso. Me acuerdo del tacto de tu mano, o de las historias que me contabas sobre tu pueblo de Jaén, o del Madrid de los años cuarenta.
Recuerdo que siempre estabas hablando de tus nietos con esas expresiones tan sentidamente humanas. Te gustaban los veranos en los que nos juntábamos y comíamos los bollos de la Calle de Encomienda, hasta que casi nos poníamos malos. Supongo que el apego por las cosas sencillas, la alegría que nos transmitías aunque no tuvieras ganas, la educación y el respeto hacia los demás son cosas que siempre te deberé.
Me quedará la deuda de no haberte podido devolver lo que hiciste por mi, más allá de poner unas torpes y apresuradas palabras que se repetirán y ampliarán en las horas que tengo por delante para despedirte. Me quedan muchas cosas por contar de ti, me quedarían cientos de páginas con tantas ocasiones que viví a tu lado.
Gracias.
1 comentario:
Muchos besos para ella.
Silvia.
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