lunes, 15 de marzo de 2010

Autodefinido

Voy saltando entre las casillas del formulario con el cursor, dando al tabulador sin energía, deslizando los dedos en el teclado escribiendo la estupidez requerida para cada celda. Miro la hora, no son ni las once, aun me queda mucho para salir a comer y escuchar un poco de música mientras que paseo sin rumbo por las calles que rodean al sitio donde paso nueve horas de mi vida todos los días.

Me encontré con ella el otro día, ha tenido una niña. Yo estuve a punto de tener una depresión, pero me pareció poco apropiado para mi edad y para mi situación gastarme el dinero en pastillas, psicoterapia y pañuelos de papel. Me quedé sólo con la tristeza y los pañuelos.

Entra otro cliente y me hace una pregunta absurda. Le miro con desprecio profesional, es decir, bordeando la linea de lo notorio para dejarle una impresión confusa. Me encanta pensar que soy un factor de desestabilización, de piedra hacia la psicosis. Si alguno de estos que vienen con aires de vizconde acaba jodido, y yo he tenido algo que ver, aunque sea un poco, creo que habré hecho un bien a la humanidad.

- ¿Cómo se llama? - la pregunté mientras que observaba lo cambiada que estaba, lo ajenamente familiar que me resultaba.
- Se llama... - pasó un autobús rugiendo, no la oí. - Pero supongo que no será ninguna sorpresa para ti.
- Claro. Bueno, todo es sorprendente, no te creas, pero no supongo que no - la dije mientras que aturdido pensaba en despedirme mirando el reloj.

Me llaman de dirección, me comentan no sé que de la puntualidad. Me jode que no me digan nada de mis cuellos de pico asomando por fuera del jersey, del botón abrochado hasta el cuello y de mis dientes amarillos por los cigarrillos soldados a mi mano. Me jode que no les molesten mis patillas de hacha de leñador de siete novias para siete hermanos. Pienso en argumentar sobre lo abstracto de la medición del tiempo y lo arbitrario que resulta todo, pero callo y dejo que se orinen encima mía una vez más.

Según avancé por la calle me dieron ganas de darme la vuelta, de salir corriendo hacia ella y preguntarle todo. Preguntarle sobre todo que opinaba de mi, no tanto ahora, si no en perspectiva, que papel jugaba yo en su narración. No sabía si tenía diálogos, era un figurante o una sombra en flashback antes de los créditos. La vi perderse con el carrito por una esquina. Me entró tanto frío que me subí el cuello del peacoat y me agarré las solapas con la mano izquierda.

Abro el mail y leo un correo ridículo. Me preguntan algo que ya he respondido, se quejan de la presunta falta de respuesta. Lo más hiriente es que adjuntan el mensaje que les envié, donde viene explicado todo. Doy al botón de nuevo, donde realmente debería poner viejo. Empiezo a escribir:

Estimado Sr. Valdavia:
Es usted un completo imbécil. No puedo comprender como puede tener usted esa cuenta bancaria tan abultada, esa posición desde la que se contemplan las cabecitas de la gente. Comprendo por contra la cara de obeso viejo pervertido, con mofletes caídos como filetes de carne barata. Pero me reitero, para que no se le olvide, es usted imbécil, tanto que no comprendo como puede siquiera andar o controlar sus esfínteres.
Atte.

Le doy a enviar, me empiezo a sentir de puta madre. Descuelgo el teléfono, marco su número. Por muchos años que pasen determinados números de teléfono nunca se olvidan.

- Sí? Quién es? - oigo su casa, la tele de fondo, la niña balbuceando. Puedo ver la luz de media tarde entrando por la ventana del salón, las motitas de polvo volando por el aire y haciendose visibles a cada rato.
- Soy yo - le digo como una corriente de aire de las que cierran las puertas con estruendo. - Siempre me gustó el nombre de Clara, lo adoré. Pero no podía ser el padre de nadie llamado Clara, ni Lucía, María o Encarna. No podía, lo siento.
- Ya sé que no podías, idiota, ya lo sé, por eso acabamos como acabamos - Me dice con rabia, naturalmente confusa, como quien recibe un bofetón cuando está contemplando un atardecer - ¡Además se llama Laura! como yo.
- Es que pasaba - el crack del corte de línea, los pitidos como árbitros sacando una tarjeta roja compulsivamente - un autobús - acabo de decir mientras que cuelgo el teléfono.

Miro hacia la pecera donde está el supervisor. Veo que está hablando por teléfono, como pidiendo disculpas, mientras que me mira y me hace el gesto de rebanarme el cuello. Cojo un folio y un rotulador grueso. Escribo: "JO-DE-TE". Se lo enseño y me voy hacia la puerta de la calle. El tipo me mira desde dentro de su cubículo haciendo gestos de mono loco.

El sol me pega en los ojos, calor y cosquilleo agradables, me siento a esperar el autobús, el del ruido, el que brama. Cojo un periódico gratuito abandonado en el asiento metálico. Me pongo a hacer el autodefinido, a medio completar:

"Que no vale para nada", 6 letras, IN - - IL.

Pienso en escribir una carta al director del periódico, deberían tener más tacto a la hora de elaborar los pasatiempos.

2 comentarios:

Brisa de Venus dijo...

Daniel me ha gustado mucho la ironía que has utilizado en todo tu texto, tiene un humor inteligente. Enhorabuena.

szymboroska dijo...

Por qué ser tan pesimistas? Rabia contenida propia de los "angry young men" o de los Celine de este mundo infernal, jajaja. Por lo demás, muy bien, jajjajaj; pero un poco de luz por favor entre las sombras. Yo también cuento las horas para salir... MIentras tanto, actualizo el facebook...