Uno tipos con aspecto de haber salido de un catálogo de ropa de algún centro comercial aparecen en pantalla. Se les ve felices, sonrientes y con una barbita muy a la moda, de esas pretendidamente descuidadas que intentan otorgar un aspecto juvenil pero que solo acaban goteando una falta de personalidad abrumadora. Se ligan a un par de tías buenas y se van en un yate con ellas. Caminan, bailan y tontean sobre todos los tópicos posibles, un mediterraneo idílico ausente de ladrillo y trajes de marca, unas fiestas populares como reclamo de cultura y tradición, atardeceres de novela rosa con portada troquelada, todo mecido por una canción tan buenrollera que deberían poner una advertencia para el público con problemas de azúcar. Al final del anuncio el chico, probablemente auditor de cuentas, besa a la chica. Y todo para decirnos que bebamos cerveza, o mejor, asociando todos esos momentos de postal a una marca de cerveza concreta. No nos venden cuerpo o sabor, nos venden felicidad total.
Y yo en el sofá, mirando con cara de estupefacción a la tele, inventando un nuevo final para el spot, algo leve, algo como que un submarino alemán perdido por azares del destino y la historia en tan mediterraneas islas, acabe torpedeando al puto yate, y no haya ni final feliz ni nada, y las tías buenas, los imbéciles de la barbita y todo el equipo de producción se hundan más que la decencia de un banquero.
Cuando acabo de relamerme imaginando los trocitos de madera del barquito de recreo flotando, caigo en la cuenta de que ya ha llegado oficialmente el verano (olvidensé de la astronomía, es algo decimonónico), y de que ya ando por casa en camiseta y calzoncillos en unas noches madrileñas que anuncian una canícula de manicomio.
Me asomo a la ventana y veo unos cuantos tipos paseando sin rumbo aparente. Pienso que el ayuntamiento contrata a gente para que ande por las calles y así estas parezcan más humanas a cualquier hora del día. Me retiro el flequillo con la mano y resoplo, me acuerdo de las cosas pendientes, los cambios y el oscurísimo azar laboral que parece se empieza a disipar en mi vida (esperemos).
También pienso en pasarme por aquí, a dejar una pequeña nota a mis exiguos lectores, para que sepan que esto esta parado por cuestiones técnicas nada más y que pronto volveremos a dar guerra. Mientras sean felices, beban la cerveza que les de la gana e intenten llevar el verano con dignidad.
No nos desintonicen, se lo rogamos.
5 comentarios:
A mi me ocurrió Lo mismo el año pasado ... muy bueno
Me alegro de volver a leerte. Que se te disipe definitivamente. Un saludo.
Sí, sí. Y lo que más da por culo es la casita en primera línea de mar en Cadaqués, de la que los protagonistas del anuncio sacan muebles e ítems de La Colonial, para encender la hoguera de St. Joan.
Al menos, hasta ahora, el binomio yates + churris tribuenas aludía exclusivamente al glamour que solo mediante una Visa Oro se puede obtener.
Y tan idílicas situaciones se remojaban con Moët Chandon, no con Estrella Dorada, que de toda la vida es la pilsen del currichi catalán; canastos!
De fusilamiento al amanecer, todo ello.
Salut
A.
Jajajjaja. Ritmo lento... Menos mal que los lectores exiguos también son un poco fieles, y de vez en cuando sienten también el calor de verano y se pasan para ver si has actualizado...
Se agradecen los comentarios, de veras, son como abrazos de colegas cuando ponen esa canción que mola tanto.
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