miércoles, 29 de agosto de 2007

Umbral, un dandy castizo

Francisco Umbral era un personaje autoreferente.

Para los más jóvenes, esas chicas, por ejemplo, que se hacen fotos a contrapicado, imitando a Eisenstein sin saberlo, para colgarlas en los myspace y poner cachondos a sus pretendientes informáticos, era alguien absolutamente desconocido, pese a haber escrito una de las mejores novelas en lengua española de la segunda mitad del siglo XX, Mortal y Rosa (1975).

Para la gente que ronda la treintena, como yo, Umbral era un viejo con el pelo blanco que un día montó un chocho tremendo en un programa de la impresentable de la Milá porque quería hablar de su libro.

Supongo que para alguien con veinte o treinta años más, como mis padres, Umbral era un escritor que en los estertores de la dictadura se destapó como "el snob", que en el fondo daba lo que se esperaba de un escritor heterodoxo, de un tipo raro pero inteligente.

Umbral hacía años que había muerto, pero no porque él quisiera, si no porque vivía en un país que ya no era el suyo. No era la ciudad de provincias vallisoletana, ni el Café Gijón ya mítico en su llegada. No era el Madriz de la movida, donde una niña pija vestida de punk quedaba bien al lado de un cincuentón con botines y chaqueta cruzada de botones dorados. Era un país diferente, en el que él se había situado en un lugar cómodo, en ese lugar donde los escritores progresistas críticos con el reformismo son acogidos por la reacción como mascotas exóticas. El otro lugar es la izquierda antisistema, y ahí no hay mesa en Lardy ni oneroso cheque a fin de mes.

Recuerdo que hace unos años una simpática reportera rubia de un programa pretendidamente humorístico le pregunto a Umbral que opinaba de " Operación Triunfo". No se que redactor le escribió la pregunta a la rubia, pero o bien era un genio o bien un absoluto imbécil. Cualquier otro personaje serio, es decir, un tipo que recoge premios de manos del rey, hubiera despreciado a la muchacha del micrófono. Umbral sin embargo la miro con deseo, para luego contestar: "Yo estoy con Bustamante, ese muchacho se juega el andamio" y elevando la voz y mirando a los impertérritos comensales de su mesa "¡se juega el andamio!".

Umbral fue nuestro Valleinclán postmoderno, no se porqué al Marqués de Bradomín yo le ponía cara de Umbral. Supongo que en la adolescencia uno tiende a continuar con esa necesidad infantil de identificar todo, pero especialmente aquello que resulta turbador, con elementos que conoce.

En su novela "Las Ninfas" (1975) aparecía una frase de Baudelaire antes del comienzo de la historia, y que creo que no le vendría mal como epitafio:

"Hay que ser sublime sin interrupción"


La foto es de María España, mujer de Umbral, y está tomada de el periódico El Mundo

No hay comentarios: