viernes, 9 de octubre de 2009

El desayuno


La presentadora habla en la tele con una cara de preocupación fingida, como si todas las noticias, luctuosas en su totalidad, la afectaran personalmente. Su voz, inaudible por el muro de sonido de la clientela, la da un aspecto de muñeca animatrónica, de rubia pija profesional más interesada en su aspecto que en el último asesinato adolescente. La seriedad siempre es fingida cuando cada día luces un nuevo peinado en pantalla.


Pido un café con leche y dos porras, desayuno castizo destructor de estómagos, pero más sincero que los enrevesados diseños de establecimientos con nombre de crucero espacial. Me asombra el momento de calma que me proporciona abrir el sobrecito del azúcar y volcarlo en el vaso, siempre en vaso, mientras que ya tengo el cigarro encendido en la boca, humeando, haciéndome guiñar los ojos por el humo.


Dos tipos jóvenes hablan detrás mía sobre lo cansados que están, uno dice que está mayor. Es asombroso que gente joven, que tiene toda la pinta de vivir bien y haberse acostado pronto el jueves, esté cansada. Pienso que a lo mejor están cansados de si mismos, de su hipoteca, su adosado en el noroeste y de sus corbatas anchas de colores chillones. Que mal gusto tiene la gente para las corbatas en esta ciudad.


Unos obreros discuten a voces. Visten con el uniforme oficial de currela, pantalón azul de mono y camiseta publicitaria de tienda de deportes de su barrio. Uno lleva un metro amarillo a la cintura, como una pistola métrica que le sirve para medir el tiempo que le queda hasta volver a su sofá. Estos son de verdad (demasiado), no actúan, hablan de fútbol y uno de ellos, menos interesado por el balón, mira la contraportada del periódico deportivo, escrutando las curvas de la jamona del día.


Llegan unas funcionarias de un ministerio cercano, de las que pueblan las calles a las diez y pico y siempre van en grupo. Por su forma de hablar, más bajo de lo habitual y agarrándose el brazo unas a otras, diría que están hablando de sexo. No sé si del artículo de la revista de turno para mujeres maduras pretendidamente liberadas, del nuevo que ha entrado y que está cañón o de la hazaña de su marido la noche anterior (lo dudo). Lo que sí sé es que una de ellas, con un ahuecado anclado en los noventa, parece sentirse incómoda. Mira a las cañas de crema buscando una salida a tan bochornoso momento.


Miro los estantes donde están los aperitivos, de cristal y metal barato dorado. A esta hora los acaban de cocinar y aun están calientes. Empañan el vidrio y crean una atmósfera irreal, ayudada por la luz blanca del fluorescente oculto, síntoma de un intento de sofisticación fallida. Ese vaho me traslada unos años atrás y unos miles de kilómetros al este. Vi lo mismo mirando otros aperitivos en una ciudad asiática. Me pregunto si algún ex-turista de ojos rasgados sentirá lo mismo en esos momentos, dentro de uno de los bares de las estaciones de tren, llamadas Eki por ellos. Simultaneidad, me gusta pensar en los lugares donde he estado, moviéndose todos a la vez, en conjunto, como un mecanismo imcomprensible y relacionado.


Vuelvo a la realidad. Ahora la rubia pija profesional de la tele, mamá y experta en microorganismos estomacales, está en una telepromoción. Después de sufrir un rato por la violencia doméstica toca epatar con colchones de tejidos creados por la nasa. El camarero hace un comentario sobre lo agradable que resultaría yacer con ella en esos jergones de tecnología punta, pero no lo dice así, claro.


Tengo el café casi terminado. Es imposible acabárselo del todo, siempre queda algo en el fondo. Un par de servilletas, casi transparentes por el aceite de las porras están arrugadas en el plato. Diez minutos, poco más o menos y tengo que volver a mi sitio rápido. Mañana será igual pero diferente. Mañana me pido un bollo.
(La foto que ilustra este texto está sacada de aquí)

11 comentarios:

Anónimo dijo...

que pena ser tan amargado

Anónimo dijo...

Amargado? relata claramente que le echa azúcar al café. Nada de amargo. En esta sociedad faltan fiscales y sobran bufones.

Anónimo dijo...
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J. G. dijo...

¿Sabes lo más curiosa de tu historia? Que esos churros y café me los tomé yo.

Gracias por utilizar mi foto para tu blog,ha sido un placer y de paso comprobarás que también tengo un blog.

Saludos.

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

probablemente tambien haya muchos fiscales que piensen que los bufones son los llevan flequillos o ropa que estaba de moda hace 40 años

Daniel Bernabé dijo...

Querido lector/a anonimo/a:

Sorpesivamente, para mi, le contestaron de forma bastante contundente (gracias) cuando habló de mi supuesto amargor por describir simplemente un bar, mi bar, donde suelo ir a desayunar. Pero veo que aun así sigue con esa especie de mania sentenciatoria, y no, no se entera de nada.

¿Que tiene que ver este post con lo mod? Pues nada obviamente. Le explico.

Esto es un blog personal, en el que el autor, yo, escribe sobre lo que quiere. Siendo el autor, o sea yo, un mod confeso e irredento, lógicamente habrá bastantes entradas que sigan esa linea. Otras irán por donde me apetezca.

Por lo tanto relajese y no busque fantasmas donde no los hay. Que los mods no nos comemos a nadie, pero eso sí, nos gusta que nos dejen bastante en paz. No necesitamos ni aplausos, ni reconocimientos, pero menos aun perder el tiempo con debates estériles que algunos hemos superado hace años.

Daniel Bernabé dijo...
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Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

¡Muerte a los modorros, que huelen a ropero viejo y pegan a indigentes!

Unknown dijo...

Hay gente realmente limitada (lo digo por los anónimos)