martes, 3 de agosto de 2010

Euroyeyé 2010

Algo fallaba en aquel momento, lo noté en la piel, en el aire, como un montañero que ha alcanzado demasiada altura y le empieza a faltar el oxígeno. Acabábamos de llegar a la estación y ya me empezaba a sentir raro, muy fuera de lugar. Sé que tengo poco que ver con las familias que vuelven de vacaciones, y llevan en sus maletas recuerdos de estantería para la abuela, o con los camareros que miran la tele mientras te ponen un café horrendo, pero me encuentro con ellos todos los días, y no me siento tan mal. Subimos al tren y antes de quedarme dormido me empecé a despedir de ese paisaje asturiano tan raro, tan verde, con casitas desperdigadas, chimeneas que echan humo blanco y una luz gris que empapa todo de un estatismo de postal. Sabía porque me sentía con el estómago tan dado la vuelta y sabía porque quería dormirme, lo sabía porque no es la primera vez que siento algo así.
Había pasado unos días haciendo algo que me gusta, llevando la acción a la vida real, convirtiendo el absurdo cotidiano en un devenir de intensidad, en horas aprovechadas minuto a minuto, en una sucesión de instantáneas con flash de colores. Volvía del Euroyeyé, y por eso notaba tanto la mediocridad, el cinismo y las arrugas en la ropa.
Supongo que habrá gente que nos mire extrañados, que no le guste lo que hacemos o como somos. Bien, todo consiste en expectativas y necesidades, en decisiones y en aprovechar la escasas posibilidades de vivir de verdad que tenemos. Puedes no emocionarte sinceramente con la música, no ver el motivo para que ese traje te quede aun más ajustado al cuerpo, o no saber como bailar cerrando los ojos y sintiendo las suelas deslizarse, marcar los tiempos y los latidos. Puedes, sí, en ese caso vete de vacaciones a Marina D´or a ver el tiempo pasar, año tras año, como un ruin contable de minutos.
Me gusta esto porque me deja recuerdos a los que agarrarme hasta que las cosas cambien, y me deja incluso cierta sensación de orgullo inexplicable, adolescente, de haber estado en una batalla y haberla ganado, aun sabiendo que tenemos la guerra perdida de antemano. Me deja imágenes que no cambio por nada.
Veo a mi chica con unos ojos ribeteados en negro, tan intensos, que puede mover objetos a voluntad, tan solo con mirarlos. Miro hacía arriba y veo pasar a unos amigos, van en zeppelín, con casco de cuero, gafas de aviador y el foulard asomando por la ventanilla, me saludan mientras ríen como niños el primer día de las vacaciones. Estoy en una plaza con una estatua de un rey antiguo. Le hemos quitado la espada y la hemos sustituido convenientemente por una botella de sidra. Preferimos el vicio a la guerra. De repente oigo un zumbido y aparecen cientos de motos, son un enjambre de colores y personalidad, de cromados relucientes y ruedas negras como los vinilos que suenan en la sala donde estoy. Hay luces que me dan los ojos y me hacen ver a ratos al Conde de Lautreamont bailando en la pista, escribiendo maldades con sus manos en el aire denso. Me siento en la terraza y participo en un rito de iniciación de una cultura desaparecida, cada cual utiliza sus herramientas como puede, algunos hablan y teorizan como ametralladoras, otros persiguen a un conejo blanco que anda preguntando a que hora pincha aquel bibliotecario inglés. El sol ha salido y se ha puesto varias veces en un rato, y las camisas, cuando pierden su vitalidad y empiezan a plegarse son sustituidas por otras mejores, con botones abrochados del primero al último, del primer al último segundo.
Me despierto, el tren ha llegado a Madrid y nos bajamos de él como los astronautas que vuelven de un mundo raro y desconocido para la mayoría. Nadie nos recibe, no hay fanfarrias ni serpentinas, no hay discursos de agradecimiento, lo primero que veo en la calle es un perro ladrándome. Mientras que bajo en taxi la Castellana y noto la ausencia de palabras en mi cabeza miro por la ventanilla y me prometo no olvidar las cosas que me hacen verdaderamente feliz. El Euroyeyé es una de ellas, y vosotros, la mayoría de los que leeréis esto, deberíais hacer lo mismo. Nos vemos el año que viene.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial crónica, pelos como escarpias.
Un abrazo y hasta muy pronto!!
Xuan

Pablo Poveda dijo...

Totalmente de acuerdo. Yo casi muero, literalmente, pero imagino que vendría dentro del paquete.
Al año que viene más.

Magic Pop dijo...

Maravilloso relato, pura literatura mod, con criterio y pasión. Felicidades, de verdad. Gracias a tu texto he podido estar ahí, sentirlo y a la vez sentirme bien, confortado, al leer una crónica bien escrita, que comunica y reivindica nuestra identidad modernista sin caer en lo chabacano, lejos del pastiche propio del ignorante que recurre al anecdotario y más allá de esas risitas que siempre se asocian con lo sixtie a las que suelen referirse muchos periodistas musicales especializados. Una excelente crónica, sin duda, que, si este país fuese normal y apreciara la buena cultura en todas sus vertientes, sería una perfecta introducción o un magnífico epílogo para ese libro con las mejores imágenes, más un disco con los sonidos que se escucharon en tan grandioso festival Euro Yeyé.

Una vez más, enhorabuena
Àlex

Anónimo dijo...

Que razon tienes amigo Daniel!
un abrazo
Felipe

Daniel Bernabé dijo...

Gracias por los comentarios, en la próxima nos vemos!