sábado, 2 de octubre de 2010

Frases y momentos.


Salgo a la calle, decido que es hora de fumarme otro cigarro. Una chica pasa en moto y me mira. El casco, que no le cubre la cara, me permite ver que es guapa, y en los breves segundos en que nos cruzamos la mirada la noto como hipnotizada, en un momentáneo estado de arrebato. Me recuerda una de las frases más bonitas que me dijeron, en una estación atestada de autobuses, cuando para mi aún no significaban miedo y dolor

- Sería capaz de verte siempre, entre una multitud aún más grande que ésta, más compacta y abigarrada. Sería capaz de verte siempre, aunque veo poco, sólo por como eres, y lo que destacas entre el gris habitual y cotidiano de la gente.

La frase fue más corta, más intensa y mejor, por eso creo que deberíamos anotar los momentos gloriosos al instante, para que nos recordaran que a veces en la vida también suceden escenas redondas.

He quedado con un amigo en un bar, llego pronto. Es una costumbre estúpida que me persigue desde hace años. Si me adelanto a la hora de mi cita tengo la seguridad de que mi acompañante no ha tenido que irse por algún imprevisto. Durante años también apagaba la luz de mi cuarto un par de veces, o tocaba la cerradura de la puerta a pesar de que sabía que tenía las llaves en la mano. Ya no lo hago, quizá deje de llegar antes a los sitios también, ahora que ya no tengo demasiadas razones para temer ninguna huida.

Me siento en un taburete en la barra, son de madera, marrones, y desgastados por el uso. El bar es oscuro, con una fingida decoración irlandesa, que pide a gritos un análisis de por qué envejecemos objetos nuevos para decorar, y tiramos a la basura los antiguos. La camarera se acerca y le pido una pinta, picoteo unos panchitos y veo un partido en la tele. En estos bares siempre hay deporte extranjero saliendo de una esquina, un intento de europeizar esta ciudad donde a la gente todavía le gustan los botellines, el saludarse a gritos y tirar los huesos de las aceitunas al suelo.

Aburrido me fijo en un grupo que hay cerca. No se conocen todos, se les nota en los movimientos edulcorados, atentos, de extraños que han dejado de serlo hace muy poco. La mitad de ellas son chicas, jóvenes, incluso hay alguna que es guapa y parece lista. Parecen estudiantes. Ellos son algo más mayores, o al menos lo aparentan con su indumentaria profesionalmente elegida. Uno me resulta especialmente desagradable, se ha quitado la americana y lleva el primer botón de la camisa desabrochado, con la corbata aflojada. Pretende transmitir que es un tipo prometedor, ya encauzado hacia el éxito social, pero que en estos momentos ha dejado aparcada su ambición, ahora es un tío simpático y cercano. Cuando se presenta a una de las chicas, después de su nombre dice que trabaja en Standard & Poors. Pienso en sacar un revolver imaginario y darle dos tiros, luego pienso que ya tiene bastante consigo mismo.

Miro a una revista que hay sobre la barra. Aparece la Plaza de Callao. Me meto en la foto y vuelvo a estar allí. Es domingo por la tarde, noto su cuerpo, casi tembloroso, pegado al mío. Acabamos de volver a fallarnos y sabemos que esta será la última vez que lo hagamos. El sol se está empezando a poner y la luz, después de haber dormido tan solo un par de horas, es sólida, maleable. Estamos rodeados de mucha gente que fluye en remolinos pero no nos toca. La beso, - Cierra los ojos – la susurro al oído como si quisiera hablar con alguien que ya no está allí – Escucha el murmullo de la gente, siente el calor del sol, los coche parados en el semáforo – Noto como se aprieta contra mí, en un intento acertado de dármelo todo – Este momento será para nosotros dos, recuérdalo siempre.

Llega mi amigo y me pregunta que qué tal.

- Aquí estaba, recordando que tengo que comprarme una libreta.

2 comentarios:

Javier dijo...

Hola Dani un placer leer tus historias y tus pensamientos, como siempre.

Daniel Bernabé dijo...

Gracias Javi, tu comentario una de las pocas cosas buenas que me ha pasado hoy.