lunes, 14 de enero de 2008

Todo cambia, todo permanece


Hace unos días, tomando unas cervezas con un par de amigos en un pub irlandés, de esos en los que todo es de atrezzo, pero te hace sentirte como en una peli de Stephen Frears, uno de ellos contó una historia interesante. Lo que contó surgió como algo secundario, entrelazado entre otras cuestiones, y aunque en el momento no me llamó la atención, días después saltó en mi cabeza como un resorte activado por el aburrimiento de los trayectos laborales.

Mi amigo lleva teniendo un periquito desde hace décadas, pese a que la vida de estos pájaros se alarga como mucho hasta los diez años. La longevidad del animal podría ser motivo de estudio, pero sólo se debe a una curiosa tradición que se da en su familia. Por lo visto, al morir el periquito, compran otro lo más parecido posible y le llaman de la misma forma, es más, todos sus familiares tienen un pacto tácito por el que no citan la luctuosa desaparición del anterior animal. El periquito sustituto deja de serlo en el mismo momento en que entra por la puerta, y pasa a tomar el relevo de la anterior mascota encarnando así un personaje permanente y de longevidad ilimitada.

La historia da para mucho, tanto en mentes analíticas como en otras más sentimentales, pero a mi lo que me llamó la atención fue la capacidad que tenemos de mentirnos a nosotros mismos, para que todo siga, aparentemente, igual.

No hay comentarios: