"Haz de tu vida una obra de arte, a ser posible de vanguardia".
"Vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas son las únicas reglas que podremos reconocer”.
Cuantas veces me vi huyendo de la medianía, cuantas veces me vi escalando vallas costumbristas, cercados de tradición, muros de costumbre. La aceptación de lo cotidiano siempre me ha horrorizado.
Recuerdo ser pequeño e intentar escapar del colegio a toda costa. Para mí la metáfora más cercana cuando entre en aquel edificio prefabricado de ciudad de periferia madrileña, con demasiados niños y muy poco presupuesto, eran las películas de cárceles. Emulé la Fuga de Colditz un par de veces, una intentando cavar un túnel, otra construyendo una escala con aros y cuerdas que nos daban en gimnasia. Por supuesto todo acabó mal y mis orejas sufrieron el castigo pertinente, aunque la rojez no fue nada comparado con no poder hacer lo que quería, que en ese momento era estar con mi madre, la máxima felicidad que alguien conoce cuando es pequeño. Lo peor de todo fue darme cuenta que para mis compañeros, unos pequeños salvajes asilvestrados que me daban miedo, aquel intento de fuga no fue más que un juego, un pasatiempo. ¿Cómo podían aceptar con tanta normalidad que les dijeran lo que había que hacer?.
Años después acabé agachando la cabeza, agarrado a un pasamanos en vagones llenos de prisioneros, todos con el aspecto gris de quien le han robado la vida. Ponía la música en mis cascos todo lo fuerte que podía, elevaba la cabeza entre la multitud, y mientras que el metro iba por las catacumbas del sistema, intentaba pensar en lugares mejores. Un día, que como casi todos iba tarde a realizar una ocupación ridícula y sin sentido, me miré en un escaparate mientras que subía Reina Victoria a toda hostia. Vi a alguien que me recordaba ligeramente a mi pero que distaba mucho de quien era yo. Y no era tanto por la ropa, el corte de pelo o el maletín oscuro lleno de cuadrantes de horas, era por los ojos, ojos de derrota, de hastío, de dejadez. Ojos de repetir todos los días una desgracia rutinaria que llevaba a ser un middle class man de zapatos redondos y traje grande.
Y empecé a huir, a correr como quien lleva a la muerte pisándole los talones, era un Ichabod Crane al que no le iba a importar derrumbar todo lo que había a su paso con tal de escapar del jinete sin cabeza. Y normalmente cuando comienzas una voladura incontrolada en medio de una ciudad superpoblada, haces daño a alguien que no tiene la culpa de nada. Son las víctimas de nuestra vida, de nuestra desesperación por escalar el cerco de una vida asalarida de centros comerciales e hipotecas a interés variable.
Hoy pensaba en el último libro que he regalado y he tenido una sensación curiosa, la de que había vuelto a aquel vagón de metro del que era pasajero hace algunos años. No valen sustituciones de ninguna clase, no valen componendas posibles con la normalidad enmascarada en los neones nocturnos. Las líneas de cualquier tipo acaban delimitando siempre.
Este libro en el que el azar, pero sobre todo las decisiones que se toman para vivir una vida excluyente de toda etiqueta, fue como el impacto de un rayo en un momento, hace mucho, en el que mi razón se había ido de vacaciones. Porque en esas páginas se habla sobre todo de pasión, de emocionalidad, de creer realmente que podemos salir de los raíles y hacer, o intentar, hacer lo que nos plazca.
La forma de vivir que me gusta radica en irte a Belfast a ver un concierto de dos grupos que nadie recuerda y no a una puta playa. Eso son declaraciones de principios. Quiero estar con gente que no me mire raro cuando le hable de letristas disfrazados de curas asaltando el altar de Notre-Dame, porque los squares son odiosos, pero lo son más aún los impostores. Porque las ideas no surgen de la nada, y me sigue pareciendo una muy grande fabricar máquinas de humo caseras, secuestrar a las jirafas de la cabalgata de reyes o sustituir cuidadosamente algunas páginas de un código penal y reescribirlas a nuestro antojo. Porque incluso aunque lo inverosímil de todo esto nos haga descartarlo, es muy bonito imaginarlo.
Porque la vida puede ser lo que queramos, porque es cuestión de elegir, de situarte, de ser un dandi subterraneo, porque está bien pensar que se puede ser un personaje de novela, porque tenemos que hacer algo si creemos merecerlo.
3 comentarios:
Yo viví dos meses en Belfast y nunca me pusieron ninguna bomba. Eso sí, en la plaza de la noria, vi un concurso de forzudos ¿irlandses o unionistas?, chi sa? No me lo pregunté... A veces ser personaje de novela no es lo mejor: podrías levantarte convertido en cucaracha o haciendo trabajos forzados en Siberia: los personajes de novela también viajan en Cercanías
Y a quién ha engañado su señoría para que lea Rastros De Carmín???
Jeje, muy buen regalo ojo
Casi, regalé Historia de un incendio, pero en esta entrada me refería a otro.
Me he vuelto un tío muy previsible, no?
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