Luces indirectas lacerantes, diseño visual de 2001 para vender filetes envasados. Me paseo con el carrito por los pasillos y en vez de comida veo una pugna de colores y abstracciones visuales combatiendo por colarse en mi lista de la compra. Recuerdo ir a comprar con mi abuela al mercado de San Fernando, en Lavapiés, donde la comida se veía, y no estaba oculta en envoltorios tan aberrantes que parecen salidos de alguna alucinación ácida.
Voy por la calle y estoy a punto de ser atropellado por un todoterreno enorme, que brama gastando litros de gasolina como yo gasto inútiles insultos hacia el tipo que lo conduce. El coche, con capacidad para siete personas va vacío y me resulta tan fuera de lugar como una moto acuática en el Sahara. El asfalto de Madrid es como una ridícula alfombra por el que rueda un ingenio preparado para combatir en alguna guerra recóndita. Creo que su conductor se equivocó, fue a comprar seguridad, juventud y status y como no tenían envasados le dieron el puto coche.
La calle sólo sirve para dos cosas, o bien como intermedio por el que te desplazas para llegar de un punto a otro, o como gigantesco escaparate de tiendas calcadas la una de la otra. Las calles son un centro comercial al aire libre, peatonalizadas para facilitar no la vida a los vecinos, si no para dirigir a los consumidores de una forma más eficiente. Viendo la oferta deduzco que el capitalismo avanzado ofrece unos bienes de consumo tan ridículamente parecidos que no creo que haya demasiada diferencia con los almacenes estatales de la antigua URSS. Bueno sí, allí la ropa era más barata.
Intento tomarme una cerveza con mi chica en alguna terraza de algún bar de verdad. La llevo a lugares que son como secretos de sociedad hermética, comunicados al oído por otros supervivientes del vendaval de estupidez. Si no los conoces estás perdido. Acabarás en algún bar temático para modernos, con precios vergonzosamente caros y tapas asombrosamente ausentes. Eso sí, podrás sentirte dentro del tópico conveniente: país exótico, París para ñoños, el Korova sin Álex y lleno de pijos.
Tópicos convenientes, imágenes que conducen al cementerio de la razón, un espectáculo constante donde la realidad no importa y donde el espectador nunca puede ser actor.
Una calle grande cumple cien años. Las putas de repente son imágenes románticas bajo farolas, sólo se les ven los pies y cuando salen en la telepantalla suena música de acordeón francés (otro tópico más hoy y vomito). Las calles de atrás de la calle grande que cumple años parecen sacadas de un Blade Runner rodado por Eloy de la Iglesia. Dicen que ahora están mejor ya que han sido rescatadas por unos diseñadores de moda cara para gente sin gusto. Creo que Bagdag anda ahora mejor también.
Un violinista de Europa del Este toca esperando unas monedas. El hombre lo hace francamente bien, tanto que no me queda más remedio que pararme y verle mover los dedos por el violín como si fuera un escultor de sonidos de otro tiempo. Pasan unos imbéciles haciendo ruido solo por joder. Su relación con la música se reduce al teléfono móvil, donde pagan por descargarse hamburguesas sonoras casi putrefactas. Creo que las empresas deberían echarse al monte y ofrecer descargas de todo tipo de good stuff (creo que ahora en trendy-lengua se dice así). Si me ofrecen tranquilidad de espíritu, o felicidad completa por sólo un euro el mensaje, yo pico seguro, que quieren que les diga.
Me encuentro una foto de unos chavales tirando piedras. Obviamente sabemos donde está tomada y en que época a la gendarmerie le salían chichones como al mundo le salían conatos de incendio. Creo que está gente se apoyó en el horizonte e hizo un agujero. Se dieron cuenta que era sólo un papel pintado, un decorado de película de bajo presupuesto. Lo que vieron detrás no les gustó nada y decidieron que era hora de cambiarlo. No salió del todo bien, realmente salió bastante mal. Ahora el decorado está bastante conseguido y es a prueba de agujeros, creo que está hecho con tecnología LED. Incluso llevando unas gafas polarizadas por no aparecer no aparecen putas ni otro tipo de gente molesta. Se convierten en mobiliario urbano.
Voy por la calle y estoy a punto de ser atropellado por un todoterreno enorme, que brama gastando litros de gasolina como yo gasto inútiles insultos hacia el tipo que lo conduce. El coche, con capacidad para siete personas va vacío y me resulta tan fuera de lugar como una moto acuática en el Sahara. El asfalto de Madrid es como una ridícula alfombra por el que rueda un ingenio preparado para combatir en alguna guerra recóndita. Creo que su conductor se equivocó, fue a comprar seguridad, juventud y status y como no tenían envasados le dieron el puto coche.
La calle sólo sirve para dos cosas, o bien como intermedio por el que te desplazas para llegar de un punto a otro, o como gigantesco escaparate de tiendas calcadas la una de la otra. Las calles son un centro comercial al aire libre, peatonalizadas para facilitar no la vida a los vecinos, si no para dirigir a los consumidores de una forma más eficiente. Viendo la oferta deduzco que el capitalismo avanzado ofrece unos bienes de consumo tan ridículamente parecidos que no creo que haya demasiada diferencia con los almacenes estatales de la antigua URSS. Bueno sí, allí la ropa era más barata.
Intento tomarme una cerveza con mi chica en alguna terraza de algún bar de verdad. La llevo a lugares que son como secretos de sociedad hermética, comunicados al oído por otros supervivientes del vendaval de estupidez. Si no los conoces estás perdido. Acabarás en algún bar temático para modernos, con precios vergonzosamente caros y tapas asombrosamente ausentes. Eso sí, podrás sentirte dentro del tópico conveniente: país exótico, París para ñoños, el Korova sin Álex y lleno de pijos.
Tópicos convenientes, imágenes que conducen al cementerio de la razón, un espectáculo constante donde la realidad no importa y donde el espectador nunca puede ser actor.
Una calle grande cumple cien años. Las putas de repente son imágenes románticas bajo farolas, sólo se les ven los pies y cuando salen en la telepantalla suena música de acordeón francés (otro tópico más hoy y vomito). Las calles de atrás de la calle grande que cumple años parecen sacadas de un Blade Runner rodado por Eloy de la Iglesia. Dicen que ahora están mejor ya que han sido rescatadas por unos diseñadores de moda cara para gente sin gusto. Creo que Bagdag anda ahora mejor también.
Un violinista de Europa del Este toca esperando unas monedas. El hombre lo hace francamente bien, tanto que no me queda más remedio que pararme y verle mover los dedos por el violín como si fuera un escultor de sonidos de otro tiempo. Pasan unos imbéciles haciendo ruido solo por joder. Su relación con la música se reduce al teléfono móvil, donde pagan por descargarse hamburguesas sonoras casi putrefactas. Creo que las empresas deberían echarse al monte y ofrecer descargas de todo tipo de good stuff (creo que ahora en trendy-lengua se dice así). Si me ofrecen tranquilidad de espíritu, o felicidad completa por sólo un euro el mensaje, yo pico seguro, que quieren que les diga.
Me encuentro una foto de unos chavales tirando piedras. Obviamente sabemos donde está tomada y en que época a la gendarmerie le salían chichones como al mundo le salían conatos de incendio. Creo que está gente se apoyó en el horizonte e hizo un agujero. Se dieron cuenta que era sólo un papel pintado, un decorado de película de bajo presupuesto. Lo que vieron detrás no les gustó nada y decidieron que era hora de cambiarlo. No salió del todo bien, realmente salió bastante mal. Ahora el decorado está bastante conseguido y es a prueba de agujeros, creo que está hecho con tecnología LED. Incluso llevando unas gafas polarizadas por no aparecer no aparecen putas ni otro tipo de gente molesta. Se convierten en mobiliario urbano.
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