lunes, 12 de abril de 2010

Deconstrucción



Recuerdo que el murmullo de la calle subía hasta tu piso como una tormenta lejana a bordo de un barco. Como la luz azul del previo amanecer se colaba por entre las hojas de madera, trayendo un frío ligero, el suficiente como para que pudiera taparte con mi camiseta. El sueño entrecortado, una Ben Sherman de cuadros tirada en la silla, un zippo inglés guardado en el cajón, a modo de pequeña aliciente para la memoria.



Recuerdo restaurantes italianos cambiados de nombre, con parejas vecinas de escasa conversación. Me acuerdo de miradas de sorpresa ante emblemáticos hoteles, del diccionario del dandi, de declaraciones en bares que no existen y rabietas de niña delante de estupefactos barrenderos. Música como tarjeta de presentación y entrevistas ajenas tomando un absurdo sorbete.



Recuerdo un bar de jazz con pinchos de jamón, J.F.K. en la tele y una mesilla válida para escribir una nota de suicidio. Recuerdo los sillones de cuero, Rastros de Carmín y mi falta de costumbre ante semejante actriz italiana. Los aperitivos de señora mayor, carpaccio y escaladas a camionetas abandonadas. Instalaciones en museos que querriamos para casa. Recuerdo los secuestros en estaciones de tren, a los vecinos de Southampton y hacer el Peter Seller con un paragüas en la mano.



Recuerdo pequeños gestos heroicos de no respetar nunca el horario de vuelta. Creo que salvamos de la quiebra a más de una compañía.



Recuerdo apariciones estelares en el trabajo, comida en Recoletos, festivales de consumo que sólo vi por ti. Pastas inglesas por encima de nuestras posibilidades, una bolsa de la Motown en perpetuo movimiento. Bajar un domingo a por golosinas, como quien va a asaltar un castillo fantasmal. Recuerdo un día triste en el que no pudiste estar a mi lado, doblarte las camisetas y ayudarte con la ingeniería escandinava. Recuerdo el hielo formándose sobre el cristal de tu ventana. Recuerdo el obligado silencio en momentos de orquesta wagneriana.



Recuerdo helados de chocolate en tardes libres, mantas rojas y sábados de discos raros. Especial inquietud por colocar las latas, dejar los zapatos por cualquier parte, asaltar mis camisetas sin orden alguno. Barry Lindon y Lolita, las semanas de quince días, tus tontos saludos ante el telefonillo, tus mejillas frias en invierno. Recuerdo el espejo de la entrada, el odio (merecido) a mis cortinas, la curiosa relación entre las mañanas y esa especial fisonomía de tu cara.


Recuerdo todos y cada uno de los momentos, de los detalles. Son estos y no los grandes momentos los que construyen la vida de la gente, los que dan sentido a todo.

4 comentarios:

Paul Auster dijo...

"Eso fue hace mucho tiempo, claro, pero recuerdo bien aquellos tiempos, los recuerdo como el principio de mi vida"

Daniel Bernabé dijo...

Kitty Wu

Saskia dijo...

En mi deriva por tu rincón me he topado con esto.

He de decir que, en este caso, algunos renglones me han cautivado. Me despierta todo una amarga nostalgia que, sin embargo, no me atrapa por sí sola. La acompaña un velo de leve regocijo infantil que marca un contrapunto y permite así mantener el equilibrio y no caer en el abismo de la melancolía sin retorno.

Un placer leerte y un saludo.

Daniel Bernabé dijo...

Fue escrito en un momento difícil, de los de perder y recurrir a la memoria como último asidero.

Muchas gracias por tu atención. Es muy reconfortante que alguien lea lo que he ido dejando por aquí.

Un saludo.